"El Jarama"

Rafael Sánchez Ferlosio

(1927-2019)

El Jarama


Llegaba el ruido de la gente cercana y la música.

—No está nada fría, ¿verdad?

—Está la mar de apetitosa.

Daba un poco de luna en lo alto de los árboles y llegaba de abajo el sosegado palabreo de las voces ocultas en lo negro del soto anochecido. Música limpia, de cristal, sonaba un poco más abajo, al ras del agua inmóvil del embalse. Sobre el espejo negro lucían ráfagas rasantes de luna y de bombillas. Estaban sumergidos hasta el tórax en su lisa carrera. Paulina se había rugido a la cintura de su novio.

—¡Qué gusto de sentir el agua, como te pasa por el cuerpo!

—¿Lo ves? No querías bañarte.

—Me está sabiendo más rico que el de esta mañana.

Sebas se estremeció.

—Sí, pero ahora ya no es como antes, que te estabas todo el rato que querías. Ahora en seguida se queda uno frío y empieza a hacer tachuelas.

Miró Paulina detrás de Sebastián: río arriba, la sombra del puente, los grandes arcos en tinieblas; ya una raya revelaba el pretil y los ladrillos. Sebas estaba vuelto en el otro sentido. Sonaba la compuerta, aguas abajo, junto a las luces de los merenderos. Paulina se volvió.

—Lucita. ¿Qué haces tú sola por ahí? Ven acá con nosotros, ¡Luci!

—Si está ahí, ¿no la ves ahí delante? ¡Lucita!

Calló en un sobresalto repentino.

—¡¡Lucita...!!

Se oía un débil debatirse en el agua, diez, quince metros más allá, y un hipo angosto, como un grito estrangulado. en medio de un jadeo sofocado en borbollas.

—¡Se ahoga...! ¡¡Lucita se ahoga!! ¡¡Sebastián!! ¡¡Sebastián...!!

Sebas quiso avanzar, pero las uñas de Paulina se clavaban en sus carnes, sujetándolo.

—¡Tú, no!, ¡tú no, Sebastián! —le decía sordamente _ ¡tú, no; tú, no; tú, no...!

Resonaron los gritos de ambos, pidiendo socorro, una y, otra vez, horadantes, acrecentados por el eco del agua. Se aglomeraban sombras en la orilla, con un revuelo de alarma y el vocerío. Ahí cerca, el pequeño remolino de opacas convulsiones de rotos sonidos laríngeos, se iba alejando lentamente hacia el embalse. Luego sonaron zambullidas; algunas voces preguntaban: “¿Por dónde, por dónde?” Ya se oían las brazadas de tres o cuatro nadadores, y palabras en el agua: «¡Vamos juntos, tú, Rafael, es peligroso acercarse uno solo!» Resonaban muy claras las voces en el río. «¡Por aquí! ¡más arriba!», les indicaba Sebastián. Llegó la voz de Tito desde la ribera:

—¡Sebastián! ¡Sebastián!


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