La Justicia archiva el caso de Diego, el niño que se suicidó con 11 años: "No aguanto ir al colegio"

 EL MUNDO, 26/05/2018


El 14 de octubre de 2015, un niño llamado Diego González se levantaba de la cama antes de las 7.00 horas, se descalzaba para no hacer ruido, dejaba una nota de despedida a sus padres debajo de un peluche, una nota que incluía frases como «no aguanto ir al colegio y no hay otra forma de no ir» para justificar lo que iba a hacer, e inmediatamente después se arrojaba al vacío. Vivían en un quinto piso. Tenía 11 años.

Lo vio desde allí arriba su madre, Carmen. La misma madre y los mismos ojos que hoy rememoran la escena. «El día anterior por la noche me dijo: 'Mamá, te quiero mucho'. Y me pidió que lo despertara a las siete para repasar Naturales. Me levanté, fui al baño, vi sus zapatillas, lo que menos me imaginaba era... Oí un golpe. Fui a su habitación y no estaba. Me di la vuelta a toda la casa. Cuando fui a la cocina, vi que la mampara estaba corrida... y vi a mi hijo allí en el patio... Me volvía loca, no entendía nada».

Dos años y medio después, los padres no han sido llamados a declarar, no ha habido ningún juicio, no hay una razón oficial de lo ocurrido ni culpables, y la Justicia ha cerrado el caso, entre otras cosas, porque su anterior representante jurídico no recurrió ante la Audiencia de Madrid.

«Sacaba todo sobresalientes. Era muy bueno, muy maduro. Se ocupaba del abuelo, me cuidaba hasta a mí... Siempre estaba con mamá esto o mamá lo otro. Yo siempre he tenido jaquecas y él estaba muy pendiente. 'Mamá, tú tranquila, no pasa nada si llego tarde al colegio'». Decía que quería hacer Ciencias Políticas para ser presidente del Gobierno. Le gustaban mucho las Matemáticas. Odiaba las manualidades y El principito le parecía un petardo. Y debió de ser muy deseado: antes de tener a su único hijo, Carmen tuvo cuatro abortos. Ese era Diego. (...)

Todo eso dice la madre. El calendario dice que el niño se suicidó en octubre de 2015. La embrollada andadura judicial dice que el caso por supuesto acoso escolar fue sobreseído por el Juzgado de Instrucción número 1 de Leganés dos meses después. Que la causa se reabrió en enero de 2016 y se dio traslado a Fiscalía porque un nuevo testigo apuntaba a abusos sexuales en el colegio. Que a finales de febrero de aquel año se archivó por segunda vez por no hallarse pruebas concluyentes de este delito. Que el asunto acabó en el Juzgado de Instrucción número 14 de Madrid. Y que aquí estamos: el auto de archivo es de febrero de 2017, pero los padres acaban de conocerlo. 

Lo que nadie dice es el por qué. La razón de que un crío de 11 años tome la decisión de suicidarse. «Pedimos justicia. Justicia es que al menos tengas un juicio. Que te escuchen. Que te llamen a declarar. A nosotros nadie nos ha dado esa oportunidad. En casi tres años nadie nos la ha dado».

Hijo de un periodista (Manuel González) y de una trabajadora del sector sanitario (Carmen González), Diego entra en el colegio religioso concertado Nuestra Señora de los Ángeles de Leganés a los tres años. Todo va bien. Es un niño con unas notas espectaculares, una notable empatía y unos firmes valores. No hay nada reseñable hasta las Navidades de 2014. Cuando al regresar al colegio ocurre algo: los médicos hablan de que algo ocurre, un «impacto» emocional que le provoca una afonía. Coincide con la vuelta de un profesor con el que Diego no quería estar. El trastorno dura cuatro meses y sólo termina cuando acaba el curso. Durante ese tiempo su madre refiere insultos como «maricón», algunas agresiones aisladas y un extraño comportamiento que fue creciendo. Los testigos hablan de lo que le decían: «Eres una especie de aborto, nadie te quiere, no tienes familia».

Tercia su madre: «Yo le preguntaba si le había pasado algo y él me negaba todo. Estuvo un mes durmiendo conmigo o con su padre. No quería estar solo nunca. Dejó de ir al fútbol. Septiembre [el mes previo al suicidio] fue mortal, mortal, mortal... No decía nada, estaba muy triste, no quería ir al colegio. Me decía: 'Mamá, arréglalo y que me vengan a casa a dar clases; yo no puedo volver allí'».

Cuando Carmen fue a hablar con la tutora, cuenta la madre, la docente le dijo que era muy feliz. (...) 

-¿Dirías que era un niño con mucha sensibilidad?

-Sí

.-¿Con una sensibilidad por encima de la media?

-Sí.

-¿Ese tipo de sensibilidad que puede hacer daño a quien la tiene?

-Sí.

En medio de esta conversación que parece un interrogatorio, la madre recuerda una prueba. Carmen se va un segundo, regresa con un montón de cuadernos del hijo, nos pide disculpas de nuevo, quiere enseñarnos algo.

No es sólo lo que escribe el niño. Cosas como: «Me cuesta entender que Dios, con todo lo que nos quiere a todos, deje que haya tantas muertes de gente inocente». Oraciones como: «Ojalá mi tío pueda ver a su hija». No es sólo eso que escribe, decimos, sino el modo en que lo hace. Se expresa con un léxico envidiable, le pondríamos un SB, muestra una letra redonda y equilibrada. Aunque no siempre. Llama la atención un detalle de su agenda escolar de 6ºB: en los últimos casilleros de octubre, esos últimos días antes del suicidio, la caligrafía es otra y las frases están llenas de tachones. Carmen pasa los dedos por encima. Como si fuera una cicatriz. 

«Le gustaban mucho las pizzas. Una semana antes del suicidio, le dije de ir a cenar los dos, como si fuésemos novios. Con la idea de sonsacarle. Yo le preguntaba que si igual que hay niños a los que les hacen cosas que si a él le hacían algo. Él me decía: 'Te vas a enfadar mucho si te lo cuento'. Yo le decía: 'Te juro que no me voy a enfadar'. 'Que sí, que te conozco'. Y no le saqué de ese silencio. El día anterior de su muerte fui a recogerle al colegio. Salió muy asustado. Pálido. Gritando: '¡Corre, mamá, corre!'. Al llegar a casa se tumbó en el sillón del salón. A la noche me dijo que me quería mucho y que le despertara para repasar Naturales».

Un piso de cinco alturas equivale a 15 metros. Diego equivale a cinco embarazos. Con una letra perfecta, la carta manuscrita que dejó a sus padres comienza diciendo: «Papá, mamá, estos 11 años que llevo con vosotros han sido muy buenos y nunca los olvidaré, como nunca os olvidaré a vosotros». Son 28 líneas con todas sus tildes y con una sola falta de ortografía. La rúbrica párvula de Diego parece un lazo de cowboy.

Desde que pasó aquello, Carmen y Manuel recogieron sus cosas de la vivienda, hicieron la maleta y se mudaron a la casa del padre de ella. Así no ven a todas horas la habitación de Diego. Ni ven la mampara de la cocina abierta a las siete de la mañana. Ni la mesa donde hacía tachones a principios de octubre.

«No soporto volver. Aun así, voy dos veces a la semana un momento... Tengo todo como él lo dejó, sus libros, sus juguetes. Toco sus cosas, me siento un rato, pienso».

Piensa despierta en Diego.

Y sueña dormida con él.

Están en la playa. La arena es fina. Juegan. El niño «corre y sonríe», cuenta la madre. Le ve meterse en el agua. Ahora aparece en el plano una pelota. El padre sale jugando detrás. Viene una ola. Todos se zambullen. Es una mañana hermosa. Hace sol.

A los pocos días del suicidio -confiesa hoy-, Carmen trató de arrojarse desde el mismo lugar en que lo hizo el hijo. Hace nada -revela-, intentó matarse con el coche. «Pero justo cuando he ido a hacerlo me ha hablado el niño. Sigo viva gracias a Diego. Él me dice: 'Mamá, no lo hagas, no lo hagas, no».


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