"Así fue la «azarosa» historia de «El Cantar de Mio Cid», la joya española de los tres cheques en blanco"

Oscar Rus


Viñeta de Antonio Mingote que dibujó tras la muete de Menéndez Pidal


 Al único códice del «Cantar de Mio Cid» que existe, expuesto desde hoy en la Biblioteca Nacional de España (BNE) por primera vez en la historia, le han colocado un «marcapasos» en forma de vitrina hermética que mantiene sus 74 páginas de pergamino grueso, compuestas por 3.700 versos irregulares, «a 21 grados y 45% de humedad relativa», contó ayer la directora de la institución, Ana Santos, durante su presentación a la prensa. Es más, «el responsable del departamento de restauración recibe en su móvil permanentemente las constantes» y, si en algún momento se altera, hay medidas previstas. El manuscrito, que desde 1960 descansa en la cámara acorazada de la BNE, es el «tesoro» de la exposición «Dos españoles en la historia: el Cid y Ramón Menéndez Pidal», que podrá visitarse hasta el 22 de septiembre. Sin embargo, el códice sólo se expondrá, por motivos de conservación, durante dos semanas en la antesala del salón general, de 9 a 20 horas, de lunes a viernes, y de 9 a 14 horas los sábados. Después se sustituirá por un facsímil de este cantar sobre el último tramo de la vida del caballero Rodrigo Díaz de Vivar.

El camino «azaroso», en palabras del ministro de Cultura en funciones, José Guirao, del códice tiene recorridos 600 años, algún que otro pretendiente, y muchas paradas, de las que algunas ni siquiera se tiene constancia. Nada se sabe de su autor, que lo compuso en torno a los siglos XII y XIII.

Los primeros nombre y apellidos ligados al Cid fueron los de Juan Ruiz Ulivarri, encargado de realizar una copia del manuscrito y difundir el por entonces llamado «Poema del Cid» durante los albores del XVI. Fue él quien depositó en el archivo del Concejo de Vivar (Burgos) el códice que ahora se expone, que después recaló en el convento de Clarisas de la misma localidad. En 1776, un «forastero» procedente de Madrid, el clérigo erudito Tomás Antonio Sánchez, visitó Vivar en busca del códice para estudiarlo. Era de tal importancia su demanda que llegó a intervenir el ministro de Carlos III, Eugenio de Llaguno y Amírola, por cuyas manos pasó el códice para ser examinado. Tres años después Sánchez publicó por primera vez «El Cantar de Mio Cid» a través de su obra «Colección de poesías castellanas anteriores al siglo XV».

Sin embargo, el códice no regresó al convento de Vivar y permaneció en paradero desconocido hasta mediados del XIX, cuando salió a la luz como herencia del conde de Santa Marta y recaló, primero, en las manos del bibliógrafo Pascual de Gayangos y, después, en las de Pedro José Pidal, ministro de Narváez. En esa época, el Museo Británico tentó económicamente a Gayangos para comprar el códice, que finalmente fue adquirido por el propio Pidal, cuyas generaciones posteriores ejercieron de guardianes. Tras su muerte en 1865, el manuscrito fue heredado por su hijo, Alejandro Pidal y Mon, que mandó construir un mueble en forma de castillo medieval para salvaguardar el cofre que contenía el manuscrito.

Por aquel entonces, un joven Ramón Menéndez Pidal –sobrino de Alejandro– empezó a investigar el célebre poema castellano. Otro de sus estudiosos fue Archer Milton Huntington, fundador de la Hispanic Society, que entregó a Alejandro Pidal un cheque en blanco para que escribiera la cantidad deseada a cambio de su cesión a la Biblioteca de Washington. Su propietario no sucumbió y, tras su muerte en 1913, pasó a manos de su hijo Roque, que trasladó el manuscrito a la caja fuerte de un banco madrileño hasta 1936.

Durante la Guerra Civil, el Gobierno trasladó esta y otras obras a Ginebra como «salvavidas». Tras su regreso a España en 1939, volvió a ser custodiado en un banco y Roque Pidal, como su padre, recibió un cheque en blanco de una sociedad extranjera, pero, por tercera vez, hubo un «no» por respuesta. Tuvieron que pasar dos décadas hasta que, en 1960, los Pidal aceptaran una oferta: 10 millones de las antiguas pesetas de la Fundación Juan March, que dos semanas después donó el códice a la BNE, donde por fin puede verse.

Vamos a recordar la historia cronológica del códice de Vivar, por hitos.

- 1045: Nace Rodrigo Díaz de Vivar

- 1081: El Cid es desterrado

- 1094: Conquista de Valencia

- 1099: Muerte del Cid

- XII-XIII: Origen del Cantar del Mio Cid.

- 1207: Copia de Per Abat (desaparecida)

- S.XIV Nueva copia: Códice de Vivar (la expuesta en el BNE)

- 1596: En el Archivo del Concejo de Vivar se guarda

- En algún momento entre estos años se traslada al convento de las clarisas.

- 1776: E. de Llaguno lo obtiene para T.A. Sánchez

- 1779: Publicación colección de poesías castellanas anteriores al s.XV

- Se pierde la pista en algún momento.

- XIX: Heredado por el conde de Santa Marta y luego propiedad de Pascual de Gayangos. Y hay una oferta del Museo Británico.

- 1863: Propiedad de Pedro José Pidal

- 1865: Heredado por Alejandro Pidal y Mon

- s.XIX: El códice de Vivar es estudiado.

- XIX-XX: La Biblioteca de Washington intenta adquirir el códice.

- 1913: Heredado por Roque Pidal

- Se lleva a una caja fuerte en el Banco de Madrid.

- 1936: El Códice de Vivar se envía a Ginebra

- 1939: Vuelve a España

- 1939: Una empresa extranjera intenta adquirirlo

- 20 diciembre de 1960: la Fundación Juan March se lo compra a la familia Pidal

- 30 de diciembre de 1960: La Fundación Juan March lo dona a la Biblioteca Nacional de España.

- 5 de junio de 2019: Exposición del Códice de Vivar por primera vez en la historia.

El Cid y Ramón Menéndez Pidal

El objetivo del comisario de la exposición, Enrique Jerez, era «poner a hablar a los dos -el Cid y Menéndez Pidal- de sus cosas», en alusión a la viñeta que Mingote dibujó tras la muerte del académico en 1968 y ahora decora la antesala de la BNE. El autor de «La España del Cid» profundizó tanto en su estudio sobre Díaz de Vivar que se presentó una noche en el despacho de Gregorio Marañón con una curiosa petición, también recogida en la muestra: juzgar, como médico, la reacción del Cid tras ver entrar a una persona contra la que ha luchado y contener el ánimo para no matarla.

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