Muerte de Celestina (adaptación)
La Celestina , ACTO XII
Siglo XV
```[TEXTO ADAPTADO]
PÁRMENO.-
¿A dónde iremos, Sempronio? ¿A la cama a dormir o a la cocina a almorzar?
SEMPRONIO.-
Tú vete adonde quieras que, antes de que se haga de día, yo quiero ir a ver a
Celestina para cobrar mi parte de la cadena. Que es una puta vieja, no le quiero dar tiempo a que se
invente alguna ruindad que nos deje fuera.
PÁRMENO.-
Tienes razón, se me había olvidado.
Vamos los dos, y si se pone así, asustémosla para que no lo haga, que en temas
de dinero no hay amistad que valga.
SEMPRONIO.-
¡Ce, ce, calla!, que duerme junto a esta ventanilla. Ta, ta, señora Celestina,
ábrenos.
CELESTINA.-
¿Quién llama?
SEMPRONIO.-
Abre, que son tus hijos.
CELESTINA.-
No tengo yo hijos que anden a esta hora por la calle.
SEMPRONIO.-
Ábrenos a Pármeno y Sempronio, que nos venimos acá almorzar contigo.
CELESTINA.-
¡Oh locos traviesos! Entrad, entrad. ¿Cómo venís a esta hora, que ya amanece?
¿Qué habéis hecho? ¿Qué os ha pasado? ¿Se acabó la esperanza de Calisto o vive
todavía con ella, o cómo queda?
SEMPRONIO.-
¿Cómo, madre? Si no fuera por nosotros, ya estaría su alma buscando morada para
siempre. Que, si se calculase lo que nos debe, no llegaría toda su hacienda
para pagar la deuda, si es verdad eso de que la vida y la persona vale más que
ninguna otra cosa.
CELESTINA.-
¡Jesús ¿En tanto peligro os habéis visto? Cuéntamelo, por Dios
SEMPRONIO.-
En tanto que te juro por mi vida que me
hierve la sangre en el cuerpo si lo vuelvo a pensar.
CELESTINA.-
Cálmate, por Dios, y cuéntame.
SEMPRONIO.-
Traigo, señora, todas las armas despedazas y abolladas. No tendré con qué
defenderme cuando mi amo lo necesite, que ha quedado esta noche que viene a
volver a verse por el huerto. Y no puedo comprar otras armas, porque no me ha
dado ni un maravedí en que caerme muerto.
CELESTINA.-
Pídeselo, hijo, a tu amo, pues sirviéndole fue como se gastaron y se rompieron.
Ya sabes que es una persona que cumplirá, es tan generoso que te dará para eso
y para más.
SEMPRONIO.-
¡Ja! Pármeno también trae destrozadas las suyas, como sigamos así, se va a
gastar toda su hacienda en armas. ¿Cómo quieres que sea tan inoportuno de
pedirle más de lo que él por sí mismo nos da, que ya es mucho? Nos dio cien
monedas, nos dio la cadena. Bastante caro le sale ya este negocio. Es mejor que
nos contentemos con lo razonable, no sea que lo perdamos todo, por querer
demasiado.
CELESTINA.-
¡Míralo qué gracioso! ¿Estás en tus
cabales, Sempronio? ¿Qué tiene que ver tu recompensa con mi salario, tu sueldo
con mi trabajo? ¿Estoy yo obligada a pagar vuestras armas, a reponer lo que se
os haya estropeado? Le di la cadenilla a Elicia en cuanto vine de tu casa, y no
consigue acordarse de donde la puso, y de la preocupación llevamos toda la
noche sin dormir, no por el valor de la cadena, que no era mucho, si no por su
despiste y mi mala suerte. Entraron unos conocidos míos entonces, y me temo que
se la habrán llevado. Así que, hijos, ahora quiero deciros algo: si algo
vuestro amo a mí me dio, debéis pensar que es mío, que de tu jubón de brocado
no te pedí parte ni la quiero. Que si me ha dado algo, dos veces he arriesgado
mi vida por él. Más cosas he gastado yo en su servicio que vosotros, que todo
me cuesta dinero, incluso lo que sé, no lo he logrado disfrutando, de eso fue
testigo la madre de Pármeno, que Dios tenga en su gloria. A mí por lo que
trabajé yo; a vosotros por lo que trabajaseis vosotros. Pero aún así, si la
cadena apareciera, os daré unas calzas de grana, que es la ropa que mejor queda
a los chicos jóvenes. Y si no os contentáis, será vuestro problema.
SEMPRONIO.-
Siempre he dicho que el peor de los
vicios de los viejos es la codicia. Cuando es pobre es generosa; cuando es
rica, avarienta ¡Si esta vieja me dijo que me llevase todo el provecho, si
quería, de este negocio, pensando que sería poco, y ahora que lo ve crecido no
quiere dar nada.
PÁRMENO.-
Que te dé lo que te prometió, o le cogeremos todo. Bien te decía yo quien era
esta vieja, aunque tú no me creyeras.
CELESTINA.-
Si venís muy enojados, o tenéis
problemas con vuestro amo o con vuestras armas, no lo paguéis conmigo, que ya
sé de dónde viene todo esto… Ya sé de qué pie cojeáis… No me pedís por
necesidad, ni siquiera por codicia, sino porque pensáis que os voy a tener
siempre amarrados con Elicia y Areúsa, sin quereros buscar otras, y por eso
venís a pedirme dinero y que reparta. Pero no os preocupéis, que esta que os
consiguió a esas dos, os dará otras diez… Y que diga Pármeno si no sé yo
cumplir con estas cosas. ¡Dilo, di, no dejes de contar lo que pasó con Areusa!
SEMPRONIO.-
Yo digo una cosa, y ella entiende otra. No, no voy por ahí. No mezcles otras
cosas en lo que te pedimos, que no me vas a camelar con ello. Déjate de
palabras conmigo. A perro viejo, no cuz cuz. Danos las dos partes de todo lo
que te ha dado Calisto, no quieras que se descubra quién eres tú. ¡A otros, a
otros con esos halagos, vieja!
CELESTINA.-
¿Quién soy yo, Sempronio? ¿Me quitaste tú de la putería? Cállate, y no
desprecies mis canas, que soy una vieja como Dios me hizo, no peor que todas.
Vivo de mi oficio, como cada uno del suyo, muy limpiamente. A quien no me
quiere, no lo busco. De mi casa me vienen a sacar, en mi casa me ruegan, Si
vivo bien o mal, Dios es el testigo de mi corazón. Y no pienses maltratarme con tu ira, que hay
justicia para todos y con todos es igual. Aunque sea mujer, me escucharán tanto
como a vosotros. Déjame en mi casa con lo que me he ganado. Y tú, Pármeno, no
pienses que me tienes cogida por saber mis secretos y mi vida pasada, y las
cosas que nos pasaron a mí y a la desdichada de tu madre.
PÁRMENO.-
¡No me hinches las narices con esos recuerdos, o te envío con noticias a donde
está ella, para que allí te puedas quejar mejor!
CELESTINA.-
¡Elicia, Elicia, levántate de esa cama! ¡Dame mi manto, rápido! Que, por los
santos de Dios, a la justicia me voy bramando como una loca ¿Qué es esto? ¿A
qué vienen esas amenazas en mi casa? ¡Con una oveja mansa usáis vosotros las
manos y la fuerza, con una gallina atada, con una vieja de sesenta años!
¡Usadlas con hombres como vosotros! Si la que está en esa cama me hubiese creído,
no estaría esta casa de noche sin un hombre ni dormiríamos indefensas, pero por
esperarte, por serte fiel, sufrimos esta soledad, y como veis que somos mujeres, abusáis y pedís lo que
no os corresponde, que, si hubiese algún hombre en esta casa, no lo harías
SEMPRONIO.-
¡Oh vieja avarienta, muerta de sed por dinero!, ¿no te conformas con la tercera
parte de lo ganado?
CELESTINA.-
¿Qué tercera parte? Vete con Dios de mi casa. Y ese otro, que no dé voces, que
no haga venir a los vecinos. No hagáis que pierda los sesos, no queráis que se
sepan públicamente los asuntos de Calisto y vuestros.
SEMPRONIO.-
Grita lo que quieras, que tu terminarás
por cumplir lo prometido, o terminarás hoy tus días.
ELICIA.-
Guarda, por Dios, la espada. Sujétalo, Pármeno,
sujétalo, no sea que la mate ese desvariado.
CELESTINA.-
¡Justicia, justicia, señores vecinos! ¡Justicia, que me matan en mi casa estos
rufianes!
SEMPRONIO.-
¿Rufianes o qué? Espera, doña hechicera, que yo te haré ir al infierno con
cartas.
CELESTINA.-
¡Ay, que me ha muerto! ¡Ay, ay, confesión, confesión!
PÁRMENO.-
Dale, dale. Remátala, ya que empezaste, que nos pillarán. ¡Que se muera!
Enemigos, cuantos menos mejor.
ELICIA.-
¡Oh crueles enemigos! ¡En mal poder os veáis! ¿Y para quién tuvisteis manos?
Muerta es mi madre y mi bien todo.
PÁRMENO.-
¡Oh pecador de mí, que no tenemos por
donde escapar, que la puerta está llena de gente!
SEMPRONIO.-
¡Saltemos de estas ventanas; no muramos en poder de justicia!
PÁRMENO.-
¡Salta, que yo voy detrás de ti!