Los amores de Calisto y Melibea, y la muerte de Calisto (adaptación)
La Celestina , ACTO XIX
Siglo XV
```[TEXTO ADAPTADO]
CALISTO.-
¡Oh, mi señora y mi bien todo! ¡Oh, corazón mío!
MELIBEA.-
¡Oh dulce sobresalto! ¿Es mi señor de mi alma, es él? No lo puedo creer. ¿Llevabas
un rato escuchando? ¿Por qué me dejabas cantar desvaríos con mi ronca vo de
cisne? Todo se alegra en este huerto con tu llegada. Mira la luna, qué clara se
nos muestra, mira las nubes como huyen, escucha el agua que corre de esta
fuentecilla, ¡qué suave murmullo lleva entre las frescas hierbas! Escucha los
altos cipreses, cómo se dan paz unas ramas con otras por la intercesión de un
viento templado que las mueve. Mira sus quietas sombras qué oscuras están,
preparadas para encubrir nuestro placer. Lucrecia, ¿qué sientes, amiga?
¿Disfrutas mirando?
CALISTO.-
Pues señora y gloria mía, si quieres mi vida, que no cese tu suave canto. Que
no sea peor mi presencia, con la que te alegras, que mi ausencia, que te apena.
MELIBEA.-
¿Qué quieres que cante, amor mío? ¿Cómo voy a cantar, si tu deseo era el que
hacía sonar mi canto? Ya conseguida tu venida, despareció el deseo y se
desafinó mi voz…. Y tú, señor, que eres un dechado de cortesía y buena
educación, ¿cómo mandas a mi lengua que hable y no a tus manos que estén
quietas? Mándalas estar calmadas y dejar su molesto uso y conversación
insoportable. Mira, ángel mío, que igual que me resulta agradable verte
tranquilo, me irrita cuando me tratas así. Deja estar mis ropas en sus sitio
Disfrutemos de otros mil modos que te mostraré, no me destroces ni maltrates
como sueles hacer… ¿Qué bien te hace estropear mis vestiduras?
CALISTO.-
Señora, el que quiere comer el ave, quita primero las plumas.
LUCRECIA.-
Mala landre me mate si los sigo escuchando. ¡Que me esté yo deshaciendo de
envidia y ella haciéndose de rogar! Yo también me lo haría sy estos necios de
sus criados me dijesen algo… ¡pero esperan que sea yo la que vaya a buscarlos!
MELIBEA.-
¿Señor mío, quieres que mande a Lucrecia que nos traiga algún refrigerio?
CALISTO.-
Para mí no hay otro refrigerio que tener
en mi poder tu cuerpo y tu belleza.
LUCRECIA.-
Ya me duele a mí la cabeza de escuchar, y no a ellos de hablar ni los brazos de
retozar ni las bocas de besar. ¡Andar!, ya callan, a la tercera me parece que
va la vencida.
CALISTO.-
Jamás querría, señora, que amaneciese, según la gloria y descanso que mi
sentido recibe de la noble conversación de tu delicado cuerpo
MELIBEA.-
Señor, yo soy la que gozo, yo la que gano; tú, señor, el que me haces con tu
visita un favor incomparable.
SOSIA.-
¿Así, bellacos, rufianes, veníais a sorprender a los que no os temen? ¡Pues yo
os juro que si esperáis, yo os daré vuestro merecido!
CALISTO.-
Señora, Sosia es el que está gritando. Déjame ir a ayudarle, no sea que le
maten, que sólo está un pajecico con él. Dame rápido mi capa, que está debajo
de ti.
MELIBEA.-
¡Oh, qué triste mi suerte!! No vayas sin tus corazas, ponte otra vez las armas.
CALISTO.-
Señora, lo que no hace espada y capa y corazón, tampoco lo hacen corazas y casco y cobardía.
SOSIA.-
¿Y volvéis otra vez? Esperadme, que venís por lana.
CALISTO.-
Déjame, por Dios, señora, que está puesta la escalera.
MELIBEA.-
¡Oh desdichada yo!, y, ¿cómo vas con tanta prisa y desarmado a meterte entre
quien no conoces? ¡Lucrecia, ven rápido, que Calisto ha oído un ruido y ha ido
a ver qué era!! Echémosle sus corazas por la pared, que las ha dejado aquí.
TRISTÁN.-
Detente, señor, no bajes, que ya se han ido, que eran Traso el cojo y otros
bellacos que pasaban gritando, que ya vuelve Sosia. Agárrate, señor, con las
manos a la escalera.
CALISTO.-
¡Oh, válgame Santa María! ¡Muerto soy! ¡Confesión!
TRISTÁN.-
Acércate pronto, Sosia, que el triste de nuestro amo se ha caído de la
escalera y ni habla ni se mueve.
SOSIA.-
¡Señor, señor! ¡Está tan muerto como mi abuelo! ¡Qué desgracia!
MELIBEA.-
¿Qué es esto? ¿Qué oigo? ¡Amarga de mí!
TRISTÁN.-
¡Oh mi señor y mi bien muerto! ¡Oh mi señor despeñado! ¡Oh triste muerte sin
confesión! Coge, Sosia, esos sesos de esas piedras, júntalos con la cabeza de
nuestro desdichado amo. ¡Oh día aciago! ¡Oh arrebatado fin!
MELIBEA.-
¡Oh desconsolada de mí! ¿Qué es esto? ¿Cuál puede ser el acontecimiento tan
terrible para lo que estoy oyendo? Lucrecia, ayúdame a subir por estas paredes.
Veré mi dolor, si no, hundiré con alaridos la casa de mi padre… ¡Mi bien y mi
placer, todo se ha desvanecido en humo, mi alegría se ha perdido, se consumió
mi felicidad!
TRISTÁN.-
Cayó mi señor Calisto de la escalera y se ha muerto. Su cabeza está en tres
partes. Sin confesión pereció. Sosia, cógelo por los pies, llevemos el cuerpo
de nuestro querido amo donde su honra no sufra detrimento, aunque haya muerto
en este lugar. ¡Vaya con nosotros el llanto, que nos acompañe la soledad, nos
siga el desconsuelo, nos visite la tristeza y nos cubra el luto!
MELIBEA.-
¡Oh la más de las tristes triste! ¡Qué poco tiempo duró el placer, qué rápido
vino el dolor!
LUCRECIA.-
Señora, no rasgues tu cara ni meses tus cabellos. Un momento se vive el placer,
al siguiente la tristeza… Levanta, por Dios, que tu padre no te encuentre en
este lugar tan sospechoso… Señora, señora, ¿no me oyes? No te desvanezcas, por
Dios, ten esfuerzo para sufrir la pena, ya que tuviste osadía para el placer..
MELIBEA.-
¿Oyes lo que aquellos mozos van hablando? ¿Oyes sus tristes cantares? Se llevan todo mi bien rezando un responso, se
llevan muerta mi alegría. No es tiempo de que yo viva. ¿Cómo no gocé más del
gozo, cómo aprecié tan poco la felicidad que tuve entre mis manos? ¡Oh,
ingratos mortales, nunca valoráis vuestros bienes más que cuando de ellos
carecéis!
LUCRECIA.-
¡Anímate, anímate!, Que será mayor el perjuicio de encontrarte en el huerto que
el placer que sentiste con la venida o que la pena de ver que se ha muerto.
Entremos en la habitación, has de acostarte. Llamaré a tu padre y fingiremos
otro mal, porque este no se puede saber.