La Cenicienta
Roald Dahl (1916-1990)
Cuentos en verso para niños perversos (1982)
"¡Si
ya nos la sabemos de memoria!",
diréis.
Y, sin embargo, de esta historia
tenéis
una versión falsificada,
rosada,
tonta, cursi, azucarada,
que
alguien con la mollera un poco rancia
consideró
mejor para la infancia...
El
lío se organiza en el momento
en
que las Hermanastras de este cuento
se
marchan a Palacio y la pequeña
se
queda en la bodega a partir leña.
Allí,
entre los ratones llora y grita,
golpea
la pared, se desgañita:
"¡Quiero
salir de aquí! ¡Malditas brujas!
¡¡Os
arrancaré el moño por granujas!!".
Y
así hasta que por fin asoma el Hada
por
el encierro en el que está su ahijada.
"¿Qué
puedo hacer por ti, Ceny querida?
¿Por
qué gritas así? ¿Tan mala vida
te
dan esas lechuzas?". "¡Frita estoy
porque
ellas van al baile y yo no voy!".
La
chica patalea furibunda:
"¡Pues
yo también iré a esa fiesta inmunda!
¡Quiero
un traje de noche, un paje, un coche,
zapatos
de charol, sortija, broche,
pendientes
de coral, pantys de seda
y
aromas de París para que pueda
enamorar
al Príncipe en seguida
con
mi belleza fina y distinguida!".
Y
dicho y hecho, al punto Cenicienta,
en
menos tiempo del que aquí se cuenta,
se
personó en Palacio, en plena disco,
dejando
a sus rivales hechas cisco.
Con
Ceny bailó el Príncipe rocks miles
tomándola
en sus brazos varoniles
y
ella se le abrazó con tal vigor
que
allí perdió su Alteza su valor,
y
mientras la miró no fue posible
que
le dijera cosa inteligible.
Al
dar las doce Ceny pensó: "Nena,
como
no corras la hemos hecho buena",
y
el Príncipe gritó: "¡No me abandones!",
mientras
se le agarraba a los riñones,
y
ella tirando y él hecho un pelmazo
hasta
que el traje se hizo mil pedazos.
La
pobre se escapó medio en camisa,
pero
perdió un zapato con la prisa.
el
Príncipe, embobado, lo tomó
y
ante la Corte entera declaró:
"¡La
dueña del pie que entre en el zapato
será
mi dulce esposa, o yo me mato!".
Después,
como era un poco despistado,
dejó
en una bandeja el chanclo amado.
Una
Hermanastra dijo: "¡Ésta es la mía!",
y,
en vista de que nadie la veía,
pescó
el zapato, lo tiró al retrete
y
lo escamoteó en un periquete.
En
su lugar, disimuladamente,
dejó
su zapatilla maloliente.
En
cuanto salió el Sol, salió su Alteza
por
la ciudad con toda ligereza
en
busca de la dueña de la prenda.
De
casa en casa fue, de tienda en tienda,
e
hicieron cola muchas damiselas
sin
resultado. Aquella vil chinela,
incómoda,
pestífera y chotuna,
no
le sentaba bien a dama alguna.
Así
hasta que fue el turno de la casa
de
Cenicienta... "¡Pasa, Alteza, pasa!",
dijeron
las perversas Hermanastras
y,
tras guiñar un ojo a la Madrastra,
se
puso la de más cara de cerdo
su
propia zapatilla en el pie izquierdo.
El
Príncipe dio un grito, horrorizado,
pero
ella gritó más: "¡Ha entrado! ¡Ha entrado!
¡Seré
tu dulce esposa!". "¡Un cuerno frito!".
"¡Has
dado tu palabra. Principito,
precioso
mío!". "¿Sí? -rugió su Alteza.
-¡Ordeno
que le corten la cabeza!".
Se
la cortaron de un único tajo
y
el Príncipe se dijo: "Buen trabajo.
Así
no está tan fea". De inmediato
gritó
la otra Hermanastra: "¡Mi zapato!
Dejad
que me lo pruebe!". "¡Prueba esto!",
bramó
su Alteza Real con muy mal gesto
y,
echando mano de su real espada,
la
descocorotó de una estocada;
cayó
la cabezota en la moqueta,
dio
un par de botes y se quedó quieta...
En
la cocina Cenicienta estaba
quitándoles
las vainas a unas habas
cuando
escuchó los botes, -pam, pam, pam-
del
coco de su hermana en el zaguán,
así
que se asomó desde la puerta
y
preguntó: "¿Tan pronto y ya despierta?".
El
Príncipe dio un salto: "¡Otro melón!",
y
a Ceny le dio un vuelco el corazón.
"¡Caray!
-pensó-. ¡Qué bárbara es su alteza!
con
ese yo me juego la cabeza...
¡Pero
si está completamente loco!".
Y
cuando gritó el Príncipe: "¡Ese coco!
¡Cortádselo
ahora mismo!", en la cocina
brilló
la vara del Hada Madrina.
"¡Pídeme
lo que quieras, Cenicienta,
que
tus deseos corren de mi cuenta!".
"¡Hada
Madrina, -suplicó la ahijada-,
no
quiero ya ni príncipes ni nada
que
pueda parecérseles! Ya he sido
Princesa
por un día. Ahora te pido
quizá
algo más difícil e infrecuente:
un
compañero honrado y buena gente.
¿Podrás
encontrar uno para mí,
Madrina
amada? Yo lo quiero así...".
Y
en menos tiempo del que aquí se cuenta
se
descubrió de pronto Cenicienta
a
salvo de su Príncipe y casada
con
un señor que hacía mermelada.
Y,
como fueron ambos muy felices,
nos
dieron con el tarro en las narices.
Y además...
Contado por Beatriz Montero: