Tratado I: el ciego
Anónimo
Lazarillo de Tormes (1554)
En este tiempo vino a posar al mesón un ciego, el cual, pareciéndole que yo
sería para adestralle, me pidió a mi madre, y ella me encomendó a él,
diciéndole como era hijo de un buen hombre, el cual por ensalzar la fe había
muerto en la de los Gelves, y que ella confiaba en Dios no saldría peor
hombre que mi padre, y que le rogaba me tratase bien y mirase por mí, pues
era huérfano. Él le respondió que así lo haría, y que me recibía no por mozo
sino por hijo. Y así le comencé a servir y adestrar a mi nuevo y viejo amo.
Como estuvimos en Salamanca algunos días, pareciéndole a mi amo que no era
la ganancia a su contento, determinó irse de allí; y cuando nos hubimos de
partir, yo fui a ver a mi madre, y ambos llorando, me dio su bendición y
dijo:
"Hijo, ya sé que no te veré más. Procura ser bueno, y Dios te guíe. Criado
te he y con buen amo te he puesto. Válete por ti."
Y así me fui para mi amo, que esperándome estaba. Salimos de Salamanca, y
llegando a la puente, está a la entrada della un animal de piedra, que casi
tiene forma de toro, y el ciego mandóme que llegase cerca del animal, y allí
puesto, me dijo:
"Lázaro, llega el oído a este toro, y oirás gran ruido dentro dél."
Yo simplemente llegué, creyendo ser ansí; y como sintió que tenía la cabeza
par de la piedra, afirmó recio la mano y diome una gran calabazada en el
diablo del toro, que más de tres días me duró el dolor de la cornada, y
díjome:
"Necio, aprende que el mozo del ciego un punto ha de saber más que el
diablo", y rió mucho la burla.
Parecióme que en aquel instante desperté de la simpleza en que como niño
dormido estaba. Dije entre mí:"Verdad dice éste, que me cumple avivar el ojo y avisar, pues solo soy, y
pensar cómo me sepa valer."
Comenzamos nuestro camino, y en muy pocos días me mostró jerigonza, y como
me viese de buen ingenio, holgábase mucho, y decía:
"Yo oro ni plata no te lo puedo dar, mas avisos para vivir muchos te
mostraré."
Y fue ansí, que después de Dios éste me dio la vida, y siendo ciego me
alumbró y adestró en la carrera de vivir. Huelgo de contar a V.M. estas
niñerías para mostrar cuánta virtud sea saber los hombres subir siendo
bajos, y dejarse bajar siendo altos cuánto vicio.
Pues tornando al bueno de mi ciego y contando sus cosas, V.M. sepa que desde
que Dios crió el mundo, ninguno formó más astuto ni sagaz. En su oficio era
un águila; ciento y tantas oraciones sabía de coro: un tono bajo, reposado y
muy sonable que hacía resonar la iglesia donde rezaba, un rostro humilde y
devoto que con muy buen continente ponía cuando rezaba, sin hacer gestos ni
visajes con boca ni ojos, como otros suelen hacer. Allende desto, tenía
otras mil formas y maneras para sacar el dinero. Decía saber oraciones para
muchos y diversos efectos: para mujeres que no parían, para las que estaban
de parto, para las que eran malcasadas, que sus maridos las quisiesen bien;
echaba pronósticos a las preñadas, si traía hijo o hija. Pues en caso de
medicina, decía que Galeno no supo la mitad que él para muela, desmayos,
males de madre. Finalmente, nadie le decía padecer alguna pasión, que luego
no le decía: "Haced esto, hareís estotro, cosed tal yerba, tomad tal raíz."
Con esto andábase todo el mundo tras él, especialmente mujeres, que cuanto
les decían creían. Destas sacaba él grandes provechos con las artes que
digo, y ganaba más en un mes que cien ciegos en un año.
Mas también quiero que sepa vuestra merced que, con todo lo que adquiría,
jamás tan avariento ni mezquino hombre no vi, tanto que me mataba a mí de
hambre, y así no me demediaba de lo necesario. Digo verdad: si con mi
sotileza y buenas mañas no me supiera remediar, muchas veces me finara de
hambre; mas con todo su saber y aviso le contaminaba de tal suerte que
siempre, o las más veces, me cabía lo más y mejor. Para esto le hacía burlas
endiabladas, de las cuales contaré algunas, aunque no todas a mi salvo.