Prólogo
(1547-1616)
El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha (1605)
Desocupado lector, sin juramento me podrás creer que quisiera que este
libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más
gallardo y más discreto que pudiera imaginarse. Pero no he podido yo
contravenir a la orden de naturaleza; que en ella cada cosa engendra su
semejante. Y así, ¿qué podía engendrar el estéril y mal cultivado
ingenio mío sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y
lleno de pensamientos varios y nunca imaginados por otro alguno, bien
como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su
asiento y donde todo triste ruido hace su habitación?
El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad
de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu, son
grande parte para que las musas más estériles se muestren fecundas y
ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y de contento.
Acontece tener un padre un hijo feo y sin gracia alguna, y el amor que
le tiene le pone una venda en los ojos para que no vea sus faltas; antes
las juzga por discreciones y lindezas y las cuenta a sus amigos por
agudezas y donaires. Pero yo, que, aunque parezco padre, soy padrastro
de don Quijote, no quiero irme con la corriente del uso, ni suplicarte
casi con las lágrimas en los ojos, como otros hacen, lector carísimo,
que perdones o disimules las faltas que en este mi hijo vieres, pues ni
eres su pariente ni su amigo, y tienes tu alma en tu cuerpo y tu libre
albedrío como el más pintado, y estás en tu casa, donde eres señor de
ella, como el rey de sus alcabalas, y sabes lo que comúnmente se dice,
que debajo de mi manto, al rey mato. Todo lo cual te exenta y hace libre
de todo respeto y obligación, y así puedes decir de la historia todo
aquello que te pareciere, sin temor de que te calumnien por el mal ni te
premien por el bien que dijeres de ella.
Sólo quisiera dártela monda y desnuda, sin el ornamento del prólogo, ni
de la inumerabilidad y catálogo de los acostumbrados sonetos, epigramas y
elogios que al principio de los libros suelen ponerse. Porque te sé
decir que, aunque me costó algún trabajo componerla, ninguno tuve por
mayor que hacer esta introducción que vas leyendo.
Muchas veces tomé la pluma para escribirla, y muchas la dejé, por no
saber lo que escribiría; y estando una vez suspenso, con el papel
delante, la pluma en la oreja, el codo en el bufete y la mano en la
mejilla, pensando lo que diría, entró a deshora un amigo mío gracioso y
bien entendido, el cual, viéndome tan imaginativo, me preguntó la causa,
y, no encubriéndosela yo, le dije que pensaba en el prólogo que había
de hacer a la historia de don Quijote, y que me tenía de suerte, que ni
quería hacerle, ni menos sacar a luz las hazañas de tan noble caballero.
—Porque —le dije— ¿cómo queréis vos que no me tenga confuso el qué dirá
el antiguo legislador que llaman vulgo cuando vea que, al cabo de tantos
años como ha que duermo en el silencio del olvido, salgo ahora, con
todos mis años a cuestas, con una leyenda seca como un esparto, ajena de
invención, menguada de estilo, pobre de conceptos y falta de toda
erudición y doctrina, sin acotaciones en las márgenes y sin anotaciones
en el fin del libro, como veo que están otros libros, aunque sean
fabulosos y profanos, tan llenos de sentencias de Aristóteles, de Platón
y de toda la caterva de filósofos, que admiran a los creyentes, y
tienen a sus autores por hombres leídos, eruditos y elocuentes?
(...) De todo esto ha de carecer mi libro, porque ni tengo qué acotar en el
margen, ni qué anotar en el fin, ni menos sé qué autores sigo en él,
para ponerlos al principio, como hacen todos, por las letras del A B C,
comenzando en Aristóteles y acabando en Xenofonte y en Zoilo o Zeuxis,
aunque fue maldiciente el uno y pintor el otro.
"También ha de carecer mi libro de sonetos al principio, a lo menos, de
sonetos cuyos autores sean duques, marqueses, condes, obispos, damas o
poetas celebérrimos; aunque si yo los pidiese a dos o tres oficiales
amigos, yo sé que me los darían, y tales, que no les igualasen los de
aquellos que tienen más nombre en nuestra España.
—En fin, señor y amigo mío —proseguí—, yo determino que el señor don
Quijote se quede sepultado en sus archivos en la Mancha, hasta que el
cielo depare quien le adorne de tantas cosas como le faltan; porque yo
me hallo incapaz de remediarlas, por mi insuficiencia y pocas letras, y
porque naturalmente soy poltrón y perezoso de andarme buscando autores
que digan lo que yo me sé decir sin ellos.
"De aquí nace la suspensión y elevamiento en que me hallastes: es
bastante causa para ponerme en ella la que de mí habéis oído."
Oyendo lo cual mi amigo, dándose una palmada en la frente y disparando
en una larga risa, me dijo:
—Por Dios, hermano, que ahora me acabo de desengañar de un engaño en que
he estado todo el mucho tiempo que ha que os conozco, en el cual
siempre os he tenido por discreto y prudente en todas vuestras acciones.
Pero ahora veo que estáis tan lejos de serlo como lo está el cielo de
la tierra. ¿Cómo que es posible que cosas de tan poco momento y tan
fáciles de remediar puedan tener fuerzas de suspender y absortar un
ingenio tan maduro como el vuestro, y tan hecho a romper y atropellar
por otras dificultades mayores? A la fe, esto no nace de falta de
habilidad, sino de sobra de pereza y penuria de discurso ¿Queréis ver si
es verdad lo que digo? Pues estadme atento y veréis cómo en un abrir y
cerrar de ojos confundo todas vuestras dificultades, y remedio todas las
faltas que decís que os suspenden y acobardan para dejar de sacar a la
luz del mundo la historia de vuestro famoso don Quijote, luz y espejo de
toda la caballería andante.
—Decid —le repliqué yo, oyendo lo que me decía—: ¿de qué modo pensáis
llenar el vacío de mi temor y reducir a claridad el caos de mi
confusión?
A lo cual él dijo:
—Lo primero en que reparáis de los sonetos, epigramas o elogios que os
faltan para el principio, y que sean de personajes graves y de título,
se puede remediar en que vos mismo toméis algún trabajo en hacerlos, y
después los podéis bautizar y poner el nombre que quisiereis,
ahijándolos al Preste Juan de las Indias o al emperador de Trapisonda,
de quien yo sé que hay noticia que fueron famosos poetas; y cuando no lo
hayan sido y hubiese algunos pedantes y bachilleres que por detrás os
muerdan y murmuren de esta verdad, no se os dé dos maravedís; porque ya
que os averigüen la mentira, no os han de cortar la mano con que lo
escribiste.
"En lo de citar en las márgenes los libros y autores de donde sacasteis
las sentencias y dichos que pongas en vuestra historia, no hay más sino
hacer de manera que vengan a pelo algunas sentencias o latines que vos
sepáis de memoria, o, a lo menos, que os cueste poco trabajo buscarlos,
como será poner al tratar de libertad y cautiverio: Non bene pro toto
libertas venditur auro.
"Y luego, en el margen, citar a Horacio o a quien lo dijo.(...)
"Y con estos latinicos y otros tales os tendrán siquiera por gramático;
que el serlo no es de poca honra y provecho el día de hoy.
(..).
Cuanto más que, si bien caigo en la
cuenta, este libro no tiene necesidad de ninguna cosa de aquellas que
vos decís que le faltan, porque todo él es una invectiva contra los
libros de caballerías, de quien nunca se acordó Aristóteles, ni dijo
nada San Basilio, ni alcanzó Cicerón; ni caen debajo de la cuenta de sus
fabulosos disparates las puntualidades de la verdad, ni las
observaciones de la Astrología; ni le son de importancia las medidas
geométricas, ni la confutación de los argumentos de quien se sirve la
retórica; ni tiene para qué predicar a ninguno, mezclando lo humano con
lo divino, que es un género de mezcla de quien no se ha de vestir ningún
cristiano entendimiento.
"Sólo tiene que aprovecharse de la imitación en lo que fuere
escribiendo; que cuando ella fuere más perfecta, tanto mejor será lo que
se escribiere. Y pues esta vuestra escritura no mira a más que a
deshacer la autoridad y cabida que en el mundo y en el vulgo tienen los
libros de caballerías, no hay para que andéis mendigando sentencias de
filósofos, consejos de la Divina Escritura, fábulas de poetas,
oraciones de retóricos, milagros de santos; sino procurar que a la
llana, con palabras significantes, honestas y bien colocadas, salga
vuestra oración y período sonoro y festivo, pintando en todo lo que
alcanzares y fuere posible, vuestra intención; dando a entender vuestros
conceptos sin intrincarlos y oscurecerlos.
"Procurad también que leyendo vuestra historia el melancólico se mueva a
risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se
admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de
alabarla.
"En efecto, llevad la mira puesta a derribar la máquina mal fundada de
estos caballerescos libros, aborrecidos de tantos y alabados por muchos
más; que si esto alcanzares, no habrías alcanzado poco."
Con silencio grande estuve escuchando lo que mi amigo me decía, y de tal
manera se imprimieron en mí sus razones, que, sin ponerlas en disputa,
las aprobé por buenas y de ellas mismas quise hacer este prólogo, en el
cual verás, lector suave, la discreción de mi amigo, la buena ventura
mía en hallar en tiempo tan necesitado tal consejero, y el alivio tuyo
en hallar tan sincera y tan sin revueltas la historia del famoso don
Quijote de la Mancha, de quien hay opinión por todos los habitadores del
distrito del campo de Montiel que fue el más casto enamorado y el más
valiente caballero que de muchos años a esta parte se vio en aquellos
contornos.
Yo no quiero encarecerte el servicio que te hago en darte a conocer tan
notable y tan honrado caballero; pero quiero que me agradezcas el
conocimiento que tendrás del famoso Sancho Panza, su escudero, en quien,
a mi parecer, te doy cifradas todas las gracias escuderiles que en la
caterva de los libros vanos de caballerías están esparcidas. Y con
esto, Dios te dé, salud, y a mí no olvide. VALE.
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