La señora de sus pensamientos
El ingenioso caballero Don Quijote de la Mancha (1615)
Capítulo X -Donde se cuenta la industria que
Sancho tuvo para encantar a la señora
Dulcinea,
y de otros sucesos tan ridículos como
verdaderos
(...) Así como don Quijote se emboscó en la floresta, encinar o selva junto al gran Toboso, mandó a Sancho volver a la ciudad y que no volviese a su presencia sin haber primero hablado de su parte a su señora, pidiéndola fuese servida de dejarse ver de su cautivo caballero y se dignase de echarle su bendición, para que pudiese esperar por ella felicísimos sucesos de todos sus acometimientos y dificultosas empresas. Encargóse Sancho de hacerlo así como se le mandaba y de traerle tan buena respuesta como le trujo la vez primera.
(...) Volvió Sancho las
espaldas y vareó su rucio, y don
Quijote se quedó a caballo descansando sobre los
estribos y sobre el arrimo de su lanza, lleno
de tristes y confusas imaginaciones, donde le
dejaremos, yéndonos con Sancho Panza, que no
menos confuso y pensativo se apartó de su
señor que él quedaba; y
tanto, que apenas hubo salido del bosque, cuando,
volviendo la cabeza, y viendo que don Quijote no
parecía, se
apeó del jumento y, sentándose al pie de un
árbol, comenzó a hablar consigo mesmo y a
decirse:
—Sepamos agora, Sancho hermano,
adónde va vuesa merced. ¿Va a buscar
algún jumento que se le haya perdido?
—No, por cierto. —Pues ¿qué va
a buscar? —Voy a buscar, como quien no dice
nada, a una princesa, y en ella al sol de la
hermosura y a todo el cielo junto. —¿Y
adónde pensáis hallar eso que decís,
Sancho? —¿Adónde? En la gran ciudad
del Toboso. —Y bien, ¿y de parte de
quién la vais a buscar? —De parte del
famoso caballero don Quijote de la Mancha, que
desface los tuertos y da de comer al que ha sed y de
beber al que ha hambre.
—Todo eso está muy bien. ¿Y
sabéis su casa, Sancho? —Mi amo dice que
han de ser unos reales palacios o unos soberbios
alcázares. —¿Y habéisla visto
algún día por ventura? —Ni yo ni mi
amo la habemos visto jamás. —¿Y
paréceos que fuera acertado y bien hecho que si
los del Toboso supiesen que estáis vos aquí
con intención de ir a sonsacarles sus princesasy a desasosegarles sus damas, viniesen y os moliesen
las costillas a puros palos y no os dejasen hueso
sano? —En verdad que tendrían mucha
razón, cuando no considerasen que soy mandado, y
que
Mensajero sois, amigo,
no merecéis culpa, non.
—No os fiéis en eso, Sancho,
porque la gente manchega es tan colérica como
honrada y no consiente cosquillas de nadie. Vive
Dios que si os huele, que os mando mala ventura. —
¡Oxte, puto! ¡Allá darás, rayo!
¡No, sino ándeme yo buscando tres pies al
gato por el gusto ajeno! Y más, que así
será buscar a Dulcinea por el Toboso como a
Marica por Ravena o al bachiller en Salamanca.
¡El diablo, el diablo me ha metido a mí en
esto, que otro no!
Este soliloquio pasó consigo Sancho, y lo que
sacó dél fue que volvió a decirse:
—Ahora bien, todas las cosas
tienen remedio, si no es la muerte, debajo
de cuyo yugo hemos de pasar todos, mal que nos pese,
al acabar de la vida. Este mi amo por mil
señales he visto que es un loco de atar, y aun
también yo no le quedo en zaga, pues
soy más mentecato que él, pues le sigo y le
sirvo, si es verdadero el refrán que dice:
«Dime con quién andas, decirte he
quién eres», y el otro de «No con
quien naces, sino con quien paces».
Siendo, pues, loco, como lo es, y de locura que las
más veces toma unas cosas por otras y juzga lo
blanco por negro y lo negro por blanco, como se
pareció
cuando dijo que los molinos de viento eran gigantes,
y las mulas de los religiosos dromedarios, y las
manadas de carneros ejércitos de enemigos, y
otras muchas cosas a este tono, no
será muy difícil hacerle creer que una
labradora, la primera que me topare por aquí, es
la señora Dulcinea; y cuando él no lo crea,
juraré yo, y si él jurare, tornaré yo
a jurar, y si porfiare, porfiaré yo más, y
de manera que tengo de tener la mía siempre
sobre el hito, venga lo que viniere.
Quizá con esta porfía acabaré con
él que no me envíe otra vez a semejantes
mensajerías, viendo
cuán mal recado le traigo dellas, o quizá
pensará, como yo imagino, que algún mal
encantador de estos que él dice que le quieren
mal la habrá mudado la figura, por hacerle mal y
daño.
Con esto que pensó Sancho
Panza quedó sosegado su espíritu y tuvo por
bien acabado su negocio, y deteniéndose
allí hasta la tarde, por dar
lugar a que don Quijote pensase que le
habíatenido para ir y volver del Toboso. Y
sucedióle todo tan bien, que cuando se
levantó para subir en el rucio vio que del
Toboso hacia donde él estaba venían tres
labradoras sobre tres pollinos, o pollinas, que el
autor no lo declara, aunque más se puede creer
que eran borricas, por ser
ordinaria caballería de las aldeanas; pero como
no va mucho en esto, no hay
para qué detenernos en averiguarlo. En
resolución, así como Sancho vio a las
labradoras, a paso tirado volvió a buscar a su
señor don Quijote, y hallóle suspirando y
diciendo mil amorosas lamentaciones. Como don Quijote
le vio, le dijo:
—¿Qué hay, Sancho
amigo? ¿Podré señalar este día
con piedra blanca o con negra?
—Mejor será
—respondió Sancho— que vuesa merced
la señale
con almagre, como rétulos
de cátedras, porque
le echen bien de ver los que le vieren.
—De ese modo —replicó
don Quijote—, buenas nuevas traes.
—Tan buenas —respondió
Sancho—, que no tiene más que hacer vuesa
merced sino picar a Rocinante y salir a lo raso a ver
a la señora Dulcinea del Toboso, que con
otras dos doncellas suyas viene a ver a vuesa
merced.
—¡Santo Dios! ¿Qué
es lo que dices, Sancho amigo? —dijo don
Quijote—. Mira no me engañes, ni quieras
con falsas alegrías alegrar mis verdaderas
tristezas.
—¿Qué sacaría yo
de engañar a vuesa merced —respondió
Sancho—, y más estando tan cerca de
descubrir mi verdad? Pique, señor, y venga, y
verá venir a la princesa nuestra ama vestida y
adornada, en fin, como quien ella es. Sus doncellas y
ella todas son una ascua de oro, todas
mazorcas
de perlas, todas
son diamantes, todas rubíes, todas telas de
brocado de más de diez altos; los
cabellos, sueltos por las espaldas, que son otros
tantos rayos del sol que andan jugando con el viento; y,
sobre todo, vienen
a caballo sobre tres cananeas remendadas, que no
hay más que ver.
—Hacaneas querrás
decir, Sancho.
—Poca diferencia hay
—respondió Sancho—;
de cananeas a hacaneas; pero, vengan
sobre lo que vinieren, ellas vienen
las más galanas señoras que se puedan
desear, especialmente la princesa Dulcinea mi
señora, que pasma los sentidos.(...)
Ya en esto salieron de la selva y
descubrieron cerca a las tres aldeanas. Tendió
don Quijote los ojos por todo el camino del Toboso, y
como no vio sino a las tres labradoras, turbóse
todo y preguntó a Sancho si las había
dejado fuera de la ciudad.
—¿Cómo fuera de la
ciudad? —respondió-.
- ¿Por ventura tiene vuesa merced los ojos en el
colodrillo, que no
vee que son estas las que aquí vienen,
resplandecientes como el mismo sol a medio
día?
—Yo no veo, Sancho —dijo
don Quijote—, sino a tres labradoras sobre tres
borricos.
—¡Agora me libre Dios del
diablo! —respondió Sancho—. ¿Y
es posible que tres hacaneas, o como se llaman,
blancas como el ampo de la nieve, le
parezcan a vuesa merced borricos? ¡Vive el
Señor que me pele estas barbas si tal fuese
verdad!
—Pues yo te digo, Sancho amigo
—dijo don Quijote—, que es tan verdad que
son borricos, o borricas, como yo soy don Quijote y
tú Sancho Panza; a lo menos, a mí tales me
parecen.
—Calle, señor —dijo
Sancho—, no diga la tal palabra, sino
despabile esos ojos y venga a hacer reverencia
a la señora de sus pensamientos, que ya llega
cerca.
Y, diciendo esto, se adelantó a
recebir a las tres aldeanas y, apeándose del
rucio, tuvo del cabestro al jumento de una de las
tres labradoras y, hincando ambas rodillas en el
suelo, dijo:
—Reina y princesa y duquesa de la
hermosura, vuestra altivez y grandeza sea servida de
recebir en su gracia y buen talente
al cautivo caballero vuestro, que
allí está hecho piedra mármol, todo
turbado y sin pulsos, de verse ante vuestra
magnífica presencia. Yo soy
Sancho Panza, su escudero, y él es el
asendereado caballero don Quijote de la Mancha, llamado
por otro nombre el Caballero de la Triste Figura.
A esta sazón ya se había puesto don Quijote
de hinojos junto a Sancho y miraba con ojos
desencajados y vista turbada a la que Sancho llamaba
reina y señora; y como
no descubría en ella sino una moza aldeana, y no
de muy buen rostro, porque era carirredonda y chata,
estaba suspenso y admirado, sin
osar desplegar los labios. Las labradoras estaban
asimismo atónitas, viendo aquellos dos hombres
tan diferentes hincados de rodillas, que no dejaban
pasar adelante a su
compañera; pero rompiendo el silencio la
detenida, toda desgraciada y mohína,
dijo:
—Apártense nora en tal del
camino, y déjenmos pasar, que
vamos depriesa.
A lo que respondió Sancho:
—¡Oh princesa y señora
universal del Toboso! ¿Cómo vuestro
magnánimo
corazón no se enternece viendo arrodillado ante
vuestra sublimada presencia a la coluna y sustento de
la andante caballería?
Oyendo lo cual otra de las dos,
dijo:
—Mas ¡jo, que te estrego,
burra de mi suegro!
¡Mirad con qué se vienen los señoritos
ahora a hacer burla de las aldeanas, como si
aquí no supiésemos echar pullas como ellos! Vayan
su camino e déjenmos hacer el nueso, y serles ha
sano.
—Levántate, Sancho
—dijo a este punto don Quijote—, que ya
veo que la fortuna, de mi mal no harta, tiene
tomados los caminos todos por donde pueda venir
algún contento a esta ánima mezquina que
tengo en las carnes. Y tú, ¡oh estremo del
valor que puede desearse, término de la humana
gentileza, único remedio deste afligido
corazón que te adora!, ya que el maligno
encantador me persigue y ha puesto nubes y cataratas
en mis ojos, y para
solo ellos y no para otros ha mudado y transformado
tu sin igual hermosura y rostro en el de una
labradora pobre, si ya también el mío no le
ha cambiado en el de algún vestiglo, para
hacerle aborrecible a tus ojos, no dejes de mirarme
blanda y amorosamente, echando de ver en esta
sumisión y arrodillamiento que a tu contrahecha
hermosura hago la humildad con que mi alma te adora.
Con esto que pensó Sancho
Panza quedó sosegado su espíritu y tuvo por
bien acabado su negocio, y deteniéndose
allí hasta la tarde, por dar
lugar a que don Quijote pensase que le
había
tenido para ir y volver del Toboso. Y
sucedióle todo tan bien, que cuando se
levantó para subir en el rucio vio que del
Toboso hacia donde él estaba venían tres
labradoras sobre tres pollinos, o pollinas, que el
autor no lo declara, aunque más se puede creer
que eran borricas, por ser
ordinaria caballería de las aldeanas; pero como
no va mucho en esto, no hay
para qué detenernos en averiguarlo. En
resolución, así como Sancho vio a las
labradoras, a paso tirado volvió a buscar a su
señor don Quijote, y hallóle suspirando y
diciendo mil amorosas lamentaciones. Como don Quijote
le vio, le dijo:
—¿Qué hay, Sancho
amigo? ¿Podré señalar este día
con piedra blanca o con negra?
—Mejor será
—respondió Sancho— que vuesa merced
la señale
con almagre, como rétulos
de cátedras, porque
le echen bien de ver los que le vieren.
—De ese modo —replicó
don Quijote—, buenas nuevas traes.
—Tan buenas —respondió
Sancho—, que no tiene más que hacer vuesa
merced sino picar a Rocinante y salir a lo raso a ver
a la señora Dulcinea del Toboso, que con
otras dos doncellas suyas viene a ver a vuesa
merced.
—¡Santo Dios! ¿Qué
es lo que dices, Sancho amigo? —dijo don
Quijote—. Mira no me engañes, ni quieras
con falsas alegrías alegrar mis verdaderas
tristezas.
—¿Qué sacaría yo
de engañar a vuesa merced —respondió
Sancho—, y más estando tan cerca de
descubrir mi verdad? Pique, señor, y venga, y
verá venir a la princesa nuestra ama vestida y
adornada, en fin, como quien ella es. Sus doncellas y
ella todas son una ascua de oro, todas
mazorcas
de perlas, todas
son diamantes, todas rubíes, todas telas de
brocado de más de diez altos; los
cabellos, sueltos por las espaldas, que son otros
tantos rayos del sol que andan jugando con el viento; y,
sobre todo, vienen
a caballo sobre tres cananeas remendadas, que no
hay más que ver
—Hacaneas querrás
decir, Sancho.
—Poca diferencia hay
—respondió Sancho—;
de cananeas a hacaneas; pero, vengan
sobre lo que vinieren, ellas vienen
las más galanas señoras que se puedan
desear, especialmente la princesa Dulcinea mi
señora, que pasma los sentidos.(...)
Ya en esto salieron de la selva y
descubrieron cerca a las tres aldeanas. Tendió
don Quijote los ojos por todo el camino del Toboso, y
como no vio sino a las tres labradoras, turbóse
todo y preguntó a Sancho si las había
dejado fuera de la ciudad.
—¿Cómo fuera de la
ciudad? —respondió—.
¿Por ventura tiene vuesa merced los ojos en el
colodrillo, que no
vee que son estas las que aquí vienen,
resplandecientes como el mismo sol a medio
día?
—Yo no veo, Sancho —dijo
don Quijote—, sino a tres labradoras sobre tres
borricos.
—¡Agora me libre Dios del
diablo! —respondió Sancho—. ¿Y
es posible que tres hacaneas, o como se llaman,
blancas como el ampo de la nieve, le
parezcan a vuesa merced borricos? ¡Vive el
Señor que me pele estas barbas si tal fuese
verdad!
—Pues yo te digo, Sancho amigo
—dijo don Quijote—, que es tan verdad que
son borricos, o borricas, como yo soy don Quijote y
tú Sancho Panza; a lo menos, a mí tales me
parecen.
—Calle, señor —dijo
Sancho—, no diga la tal palabra, sino
despabile esos ojos y venga a hacer reverencia
a la señora de sus pensamientos, que ya llega
cerca.
Y, diciendo esto, se adelantó a
recebir a las tres aldeanas y, apeándose del
rucio, tuvo del cabestro al jumento de una de las
tres labradoras y, hincando ambas rodillas en el
suelo, dijo:
—Reina y princesa y duquesa de la
hermosura, vuestra altivez y grandeza sea servida de
recebir en su gracia y buen talente
al cautivo caballero vuestro, que
allí está hecho piedra mármol, todo
turbado y sin pulsos, de verse ante vuestra
magnífica presencia. Yo soy
Sancho Panza, su escudero, y él es el
asendereado caballero don Quijote de la Mancha, llamado
por otro nombre el Caballero de la Triste Figura.
A esta sazón ya se había puesto don Quijote
de hinojos junto a Sancho y miraba con ojos
desencajados y vista turbada a la que Sancho llamaba
reina y señora; y como
no descubría en ella sino una moza aldeana, y no
de muy buen rostro, porque era carirredonda y chata,
estaba suspenso y admirado, sin
osar desplegar los labios. Las labradoras estaban
asimismo atónitas, viendo aquellos dos hombres
tan diferentes hincados de rodillas, que no dejaban
pasar adelante a su
compañera; pero rompiendo el silencio la
detenida, toda desgraciada y mohína,
dijo:
—Apártense nora en tal del
camino, y déjenmos pasar, que
vamos depriesa.
A lo que respondió Sancho:
—¡Oh princesa y señora
universal del Toboso! ¿Cómo vuestro
magnánimo
corazón no se enternece viendo arrodillado ante
vuestra sublimada presencia a la coluna y sustento de
la andante caballería?
Oyendo lo cual otra de las dos,
dijo:
—Mas ¡jo, que te estrego,
burra de mi suegro!
¡Mirad con qué se vienen los señoritos
ahora a hacer burla de las aldeanas, como si
aquí no supiésemos echar pullas como ellos! Vayan
su camino e déjenmos hacer el nueso, y serles ha
sano.
—Levántate, Sancho
—dijo a este punto don Quijote—, que ya
veo que la fortuna, de mi mal no harta, tiene
tomados los caminos todos por donde pueda venir
algún contento a esta ánima mezquina que
tengo en las carnes. Y tú, ¡oh estremo del
valor que puede desearse, término de la humana
gentileza, único remedio deste afligido
corazón que te adora!, ya que el maligno
encantador me persigue y ha puesto nubes y cataratas
en mis ojos, y para
solo ellos y no para otros ha mudado y transformado
tu sin igual hermosura y rostro en el de una
labradora pobre, si ya también el mío no le
ha cambiado en el de algún vestiglo, para
hacerle aborrecible a tus ojos, no dejes de mirarme
blanda y amorosamente, echando de ver en esta
sumisión y arrodillamiento que a tu contrahecha
hermosura hago la humildad con que mi alma te adora.
.-Tomá que mi agüelo!
—respondió la aldeana—.
¡Amiguita soy yo de oír resquebrajos!
Apártense y déjenmos ir, y
agradecérselo hemos.
Apartóse Sancho y dejóla ir,
contentísimo de haber salido bien de su
enredo.