"La disputa del baciyelmo"
(1547-1616)
El ingenioso hidalgo D. Quijote de la Mancha
Cap. XLIV
Cap. XLIV
Ya a esta sazón estaban en
paz los huéspedes con el ventero, pues, por persuasión y buenas razones de don
Quijote, más que por amenazas, le habían pagado todo lo que él quiso, y los
criados de don Luis aguardaban el fin de la plática del oidor y la resolución
de su amo, cuando el demonio, que no duerme, ordenó que en aquel mesmo punto
entró en la venta el barbero a quien don Quijote quitó el yelmo de Mambrino y
Sancho Panza los aparejos del asno, que trocó con los del suyo; el cual
barbero, llevando su jumento a la caballeriza, vio a Sancho Panza que estaba
aderezando no sé qué de la albarda, y así como la vio la conoció, y se atrevió
a arremeter a Sancho, diciendo:
-¡Ah don ladrón, que aquí os tengo! ¡Venga mi bacía y mi albarda, con todos mis aparejos que me robastes!
-¡Ah don ladrón, que aquí os tengo! ¡Venga mi bacía y mi albarda, con todos mis aparejos que me robastes!
Sancho, que se vio acometer tan de improviso y oyó los vituperios que le
decían, con la una mano asió de la albarda, y con la otra dio un mojicón al
barbero que le bañó los dientes en sangre; pero no por esto dejó el barbero la
presa que tenía hecha en el albarda; antes, alzó la voz de tal manera que todos
los de la venta acudieron al ruido y pendencia, y decía:
-¡Aquí del rey y de la justicia, que, sobre cobrar mi hacienda, me quiere matar
este ladrón salteador de caminos!
-Mentís -respondió Sancho-, que yo no soy salteador de caminos; que en buena
guerra ganó mi señor don Quijote estos despojos.
Ya estaba don Quijote delante, con mucho contento de ver cuán bien se defendía
y ofendía su escudero, y túvole desde allí adelante por hombre de pro, y
propuso en su corazón de armalle caballero en la primera ocasión que se le
ofreciese, por parecerle que sería en él bien empleada la orden de la
caballería. Entre otras cosas que el barbero decía en el discurso de la
pendencia, vino a decir:
-Señores, así esta albarda es mía como la muerte que debo a Dios, y así la
conozco como si la hubiera parido; y ahí está mi asno en el establo, que no me
dejará mentir; si no, pruébensela, y si no le viniere pintiparada, yo quedaré
por infame. Y hay más: que el mismo día que ella se me quitó, me quitaron
también una bacía de azófar nueva, que no se había estrenado, que era señora de
un escudo.
Aquí no se pudo contener don Quijote sin responder: y, poniéndose entre los dos
y apartándoles, depositando la albarda en el suelo, que la tuviese de
manifiesto hasta que la verdad se aclarase, dijo:
-¡Porque vean vuestras mercedes clara y manifiestamente el error en que está este
buen escudero, pues llama bacía a lo que fue, es y será yelmo de Mambrino, el
cual se lo quité yo en buena guerra, y me hice señor dél con ligítima y lícita
posesión! En lo del albarda no me entremeto, que lo que en ello sabré decir es
que mi escudero Sancho me pidió licencia para quitar los jaeces del caballo
deste vencido cobarde, y con ellos adornar el suyo; yo se la di, y él los tomó,
y, de haberse convertido de jaez en albarda, no sabré dar otra razón si no es
la ordinaria: que como esas transformaciones se ven en los sucesos de la
caballería; para confirmación de lo cual, corre, Sancho hijo, y saca aquí el
yelmo que este buen hombre dice ser bacía.
-¡Pardiez, señor -dijo Sancho-, si no tenemos otra prueba de nuestra intención
que la que vuestra merced dice, tan bacía es el yelmo de Malino como el jaez
deste buen hombre albarda!
-Haz lo que te mando -replicó don Quijote-, que no todas las cosas deste
castillo han de ser guiadas por encantamento.
Sancho fue a do estaba la bacía y la trujo; y, así como don Quijote la vio, la
tomó en las manos y dijo:
-Miren vuestras mercedes con qué cara podía decir este escudero que ésta es
bacía, y no el yelmo que yo he dicho; y juro por la orden de caballería que
profeso que este yelmo fue el mismo que yo le quité, sin haber añadido en él ni
quitado cosa alguna.
-En eso no hay duda -dijo a esta sazón Sancho-, porque desde que mi señor le
ganó hasta agora no ha hecho con él más de una batalla, cuando libró a los sin
ventura encadenados; y si no fuera por este baciyelmo, no lo pasara entonces
muy bien, porque hubo asaz de pedradas en aquel trance.