"El anglicismo depredador"
Álex Grijelmo
Los anglicismos, galicismos y demás
extranjerismos no causan alergias, ni hacen que baje el producto
interior bruto, ni aumentan la contaminación ambiental. No matan a
nadie.
No constituyen en sí mismos un mal
para el idioma. Ahí está “fútbol”, por ejemplo, que viene de
football y se instaló con naturalidad mediante su adaptación como
voz llana en España y aguda en América. Se aportó en su día la
alternativa “balompié”, y quedó acuñada en nombres como Real
Betis Balompié, Albacete Balompié, Écija Balompié, Riotinto
Balompié… o Balompédica Linense; pero la palabra “fútbol”
acabó ocupando ese espacio y dejó “balompié” como recurso
estilístico y tal vez como evocación de otras épocas.
“Fútbol”, eso sí, llegó a donde
no había nada. Además, abonó su peaje; se supo adaptar a la
ortografía y a la morfología de nuestro idioma, y progresó por él:
“futbolístico”, “futbolero”, “futbolista”… Y venció
ante una alternativa formada, sí, con los recursos propios del
idioma pero que llegó más tarde.
Sin embargo, nos invaden ahora
anglicismos que tenían palabras equivalentes en español: cada una
con su matiz adecuado a su contexto. Ocupan, pues, casillas de
significado donde ya había residentes. Y así acaban con algunas
ideas y con los vocablos que las representaban. Se adaptarán quizás
al español en grafía y fonética, pero habrán dejado antes algunas
víctimas.
Llamamos a alguien “friki” (del
inglés freak) y olvidamos “chiflado”, “extravagante”,
“raro”, “estrafalario” o “excéntrico”. Necesitamos un
password y dejamos a un lado “contraseña”, o “clave”. Se nos
coló una nueva acepción de “ignorar” (por influencia de to
ignore) que desplaza a “desdeñar”, “despreciar”, "desoír",
“soslayar”, “marginar”, “desentenderse”, “hacer caso
omiso”, “dar la espalda”, “omitir”, “menospreciar” o
“ningunear”. Olvidamos los cromosomas de “evento” (algo
“eventual”, inseguro; que acaece de improviso) y mediante la ya
consagrada clonación de event se nos alejan “acto”, “actuación”,
“conferencia”, “inauguración”, “presentación”,
“festival”, “seminario”, “coloquio”, “debate”,
“simposio”, “convención” y otras palabras más precisas del
español que se refieren a un “acontecimiento” programado. Ya
todo es un evento, aunque esté organizadísimo.
Elogiamos el know-how de una empresa y
no recordamos “conocimiento”, “práctica”, “habilidad”,
“destreza”, “saber hacer”. Se estableció “chequear” (de
to check) y arrinconamos “verificar”, “comprobar”, “revisar”,
“corroborar”, “examinar”, “controlar”, “cotejar”,
“probar”… y tantos otros más adecuados en cada situación.
Se extiende ahora la palabra fake para
descalificar un trabajo que falta a la verdad; y eso deja en el
tintero expresiones como “manipulación”, “engaño”,
“falsificación”, “embuste”, “farsa” o “patraña”. En
los espacios sobre talentos musicales nos presentan a un coach, voz
que se propaga en detrimento de “preparador”, “adiestrador”,
“profesor”, “supervisor”, “entrenador”, “tutor”,
“instructor”, “asesor”, “formador”...
Y en los últimos tiempos se expande
entre los entendidos en la Red el anglicismo españolizado “banear”,
que se relaciona con banns (amonestaciones) y to ban (prohibir). Su
raíz no anda lejos del sustantivo “bandido” y del verbo
“bandir”. El bandido era buscado a través de un “bando” (de
ahí la palabra, con la que también se vinculan “contrabando” y
“contrabandista”); y “bandir” equivale en su etimología a
“proscribir”. Así pues, una persona “baneada” en Internet
(porque insulta, calumnia, miente, altera el diálogo o usa palabras
soeces) es alguien a quien se proscribe.
No pasa nada si pronuncian “banear”
quienes se entienden con ese vocablo. Sí tendrán un problema si a
causa de ello olvidan otras palabras más certeras para la ocasión:
“vetar”, “expulsar”, “excluir”, “apartar”,
“desterrar”, “sancionar”...
La riqueza de nuestro lenguaje depende
de lo que decimos pero también de lo que dejamos de decir... y por
tanto perdemos. El problema no es que lleguen anglicismos, sino que
se rodeen de cadáveres.