Celebración de la fantasía
(1940-)
Fue a la entrada del pueblo de Ollantaytambo, cerca del
Cuzco. Yo me había despedido de un grupo de turistas y estaba solo, mirando de
lejos las ruinas de piedra, cuando un niño del lugar, enclenque, haraposo, se
acercó a pedirme que le regalara una lapicera. No podía darle la lapicera que
tenía, por que la estaba usando en no sé que aburridas anotaciones, pero le
ofrecí dibujarle un cerdito en la mano.
Súbitamente, se corrió la voz. De buenas a primeras me
encontré rodeado de un enjambre de niños que exigían, a grito pelado, que yo
les dibujara bichos en sus manitas cuarteadas de mugre y frío, pieles de cuero
quemado: había quien quería un cóndor y quién una serpiente, otros preferían
loritos o lechuzas y no faltaba los que pedían un fantasma o un dragón.
Y entonces, en medio de aquel alboroto, un desamparadito que
no alzaba mas de un metro del suelo, me mostró un reloj dibujado con tinta
negra en su muñeca:
-Me lo mandó un tío mío, que vive en Lima -dijo
-Y anda bien -le pregunté
-Atrasa un poco -reconoció.