"¡Estos jóvenes de hoy en día!"

José Ovejero


Una forma infalible de detectar a quien se acerca a los 40 --más que canas, arrugas o la traición a sus ideales de antaño-- es la aparición del hábito de proferir necedades sobre los jóvenes, hábito que probablemente le quedará, como el de hurgarse la nariz, hasta el día de su muerte.

Es uno de esos comportamientos tan enraizados en los humanos que, como la menstruación o la producción de esperma, parece responder al funcionamiento del reloj biológico. Es un fenómeno que no respeta culturas ni épocas: ya en un papiro egipcio un escriba se quejaba del comportamiento y la falta de respeto de los jóvenes y desde entonces filósofos, personajes ilustres y analfabetos han creído su deber expresar desprecio por la siguiente generación.

¿QUE ES LO que nos molesta hoy de los jóvenes, cuáles son esos vicios de los que conversamos escandalizados los cuarentones? El catálogo de pecados es casi interminable, pero quizá el más grave es el de no tener ideales. Pasemos por alto el hecho de que inquisidores, nazis y estalinistas tenían valores e ideales, y no por eso son merecedores de emulación; pero si nos fijamos en las fotografías de manifestaciones contra la globalización o contra la reforma de la enseñanza del PP, o de los que acampaban para pedir un aumento de la ayuda al Tercer Mundo, vemos que la media de edad es muy inferior a la de sus críticos.

¿Quién se va con una ONG a países arrasados para ayudar a combatir la miseria o la injusticia? ¿Quiénes se encadenan a las vías de ferrocarril para evitar el paso de trenes con residuos nucleares y son apaleados por policías supuestamente democráticos?

Quizá lo que nos molesta no es su falta de ideales, sino que éstos no coincidan necesariamente con los nuestros. Como nos hemos resignado a que el mundo no sea el que hubiésemos deseado hace años, como para no decir que el paso del tiempo nos ha derrotado, decimos que nos hemos vuelto realistas , alimentamos la nostalgia embelleciendo el recuerdo de nuestras luchas. Pero no nos atrevemos a salir de nuestra vida apoltronada para unirnos a las batallas de nuestros hijos. Preferimos ignorarlas, como ignoramos sus virtudes y habilidades si no las compartimos.

Un congreso sobre la juventud ha sido recientemente nueva excusa para rasgarse las vestiduras. "¿Qué les está pasando a los jóvenes?", tituló El País su reportaje sobre dicho congreso. La respuesta era estremecedora: los jóvenes de hoy son localistas; no se sienten identificados con España ni con Europa, ni siquiera con su comunidad autónoma... Por cierto, ¿cómo se identifica uno con una comunidad autónoma? Y ¿de verdad es un valor positivo sentirse españoles a los 15 años? ¿Por Dios, por la Patria y el Rey? Qué quieren que les diga, yo no me siento muy español a los 44 y no tengo la impresión de contribuir con ello a la decadencia de Occidente.

"Pero le dan al botellón que es una vergüenza", critican algunos mientras empinan el tercer whisky.

"Se pasan el día viendo la tele", como si hubiese sido mucho más edificante pasárselo en los billares.

"Son extremadamente competitivos", lamentamos después de asustarles una y otra vez con el espantajo del desempleo, con lo dura que está la vida, con que hay que ser el mejor para encontrar un lugar en el mundo.

"Pero no me negarán que son violentos", opinan quienes quisieran que los chicos hiciesen la mili para aprender a matar al servicio de las instituciones o quienes, para llevar el ascua a su sardina electoral, avivan el resentimiento exagerando los empleos que los inmigrantes quitan a los parados jóvenes.

Ah, casi se me olvida: la música que oyen es una porquería, mientras que la de los años 80...

Dejémoslo ahí: aceptaré que los jóvenes de hoy son dados al exceso, no conocen el respeto, no valoran nuestras instituciones, no hacen aquello que les decimos que deberían hacer, y eso que es por su bien. Los jóvenes de hoy, como los de ayer --es decir, nosotros-- pasan de la opinión de sus mayores e intentan inventar su propio mundo porque, en definitiva, eso es ser joven. A la hora de hablar de ellos creo que sólo hay un principio con validez universal: desconfía siempre de la opinión que una generación tiene de la siguiente.

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