La esperanza
Marianela (1879)
- Ya te quitaré yo de la cabeza esos
pensamientos absurdos -dijo el ciego tomándole la mano-. Hemos de vivir juntos
toda la vida. ¡Oh, Dios mío! Si no he de adquirir la facultad de que me
privaste al nacer, ¿para qué me has dado esperanzas? Infeliz de mí si no nazco
de nuevo en manos del doctor Golfín. Porque esto será nacer otra vez. ¡Y qué
nacimiento! ¡Qué nueva vida! Chiquilla mía, juro por la idea de Dios que tengo
dentro de mí, clara, patente e inmutable, que tú y yo no nos separaremos jamás
por mi voluntad. Yo tendré ojos, Nela, tendré ojos para poder recrearme en tu
celestial hermosura, y entonces me casaré contigo. Serás mi esposa querida ...
serás la vida de mi vida, el recreo y el orgullo de mi alma. ¿No dices nada a
esto?
La Nela oprimió contra sí la hermosa
cabeza del joven. Quiso hablar, pero su emoción no se lo permitía.
- Y si Dios no quiere otorgarme ese
don -añadió el ciego-, tampoco te separarás de mí, también serás mi mujer, a no
ser que te repugne enlazarte con un ciego. No, no, chiquilla mía, no quiero
imponerte un yugo tan penoso. Encontrarás hombres de mérito que te amarán y que
podrán hacerte feliz. Tu extraordinaria bondad, tus nobles prendas, tu
seductora belleza, que ha de cautivar los corazones y encender el más puro amor
en cuantos te traten, asegúrante un porvenir risueño. Yo te juro que te querré
mientras viva, ciego o con vista, y que estoy dispuesto a jurarte delante de
Dios un amor grande, insaciable, eterno. ¿No me dices nada?
- Sí; que te quiero mucho, muchísimo
-dijo la Nela, acercando su rostro al de su amigo-. Pero no te afanes por
verme. Quizás no sea yo tan guapa como tu crees.
Diciendo esto, la Nela había rebuscado
en su faltriquera y sacado un pedazo de cristal azogado, resto inútil y borroso
de un fementido espejo que se rompiera en casa de la Señana la semana anterior.
Se miró en él; mas por causa de la pequeñez del vidrio, le era forzoso mirarse
por partes, sucesiva y gradualmente, primero un ojo, después la frente.
Alejándolo, pudo abarcar la mitad del conjunto. ¡Ay! ¡Cuán triste fue el
resultado de sus investigaciones! Guardó el espejillo y gruesas lágrimas
brotaron de sus ojos.
- Nela, sobre mi frente ha caído una
gota. ¿Acaso llueve?
- Sí, niño mío, parece que llueve
-dijo la Nela sollozando.
- No, es que lloras. Pues has de saber
que me lo decía el corazón. Tú eres la misma bondad: tu alma y la mía están
unidas por un lazo misterioso y divino: no se pueden separar, ¿verdad? Son dos
partes de una misma cosa, ¿verdad?
- Verdad.
- Tus lágrimas me responden más
claramente que cuanto pudieras decir. ¿No es verdad que me querrás mucho lo
mismo si me dan vista que si continúo privado de ella?
- Lo mismo, sí, lo mismo -dijo la Nela
con vehemencia y turbación.
- ¿Y me acompañarás? ...
- Siempre, siempre.
- Oye tú -exclamó el ciego con amoroso
arranque-, si me dan a escoger entre no ver y perderte, prefiero ...
- Prefieres no ver ... ¡Oh! ¡Madre de
Dios divino, que alegría tengo dentro de mí!
- Prefiero no ver con los ojos tu
hermosura, porque yo la veo dentro de mí clara como la verdad que proclamo
interiormente. Aquí dentro estás, y tu persona me seduce y enamora más que
todas las cosas.
- Sí, sí, sí -exclamó la Nela con
desvarío-, yo soy hermosa, soy muy hermosa.
- Oye tú -exclamó el ciego con amoroso
arranque-, tengo un presentimiento... sí, un presentimiento. Dentro de mí
parece que está Dios hablándome y diciéndome que tendré ojos, que te veré, que
seremos felices... ¿No sientes tú lo mismo?
- Yo ... El corazón me dice que me
verás ... pero me lo dice partiéndoseme.