"Carta a Andrés escrita desde las Batuecas por El Pobrecito Hablador" (fragmentos)

(1809-1837)


De las Batuecas este año que corre.
Andrés mío:

    Yo pobrecito de mí, yo Bachiller, yo batueco, y natural por consiguiente de este inculto país, cuya rusticidad pasa por proverbio de boca en boca, de región en región, yo hablador, y careciendo de toda persona dotada de chispa de razón con quien poder dilucidar y ventilar las cuestiones que a mi embotado entendimiento se le ofrecen y le embarazan, y tú cortesano y discreto! ¡Qué de motivos, querido Andrés, para escribirte! 

    Ahí van, pues, esas mis incultas ideas, tales cuales son, mal o bien compaginadas, y derramándose a borbotones, como agua de cántaro mal tapado.Esa breve dudilla se me ofrece por hoy, y nada más.
«¿No se lee en este país porque no se escribe, o no se escribe porque no se lee?»
   Terrible y triste cosa me parece escribir lo que no ha de ser leído; empero más ardua empresa se me figura a mí, inocente que soy, leer lo que no se ha escrito.

   ¡Mal haya, amén, quien inventó el escribir! Dale con la civilización, y vuelta con la ilustración. ¡Mal haya, amén, tanto achaque para emborronar papel!


   A bien, Andrés mío, que aquí no pecamos de ese exceso. Y torna los ojos a mirar en derredor nuestro, y mira si no estamos en una balsa de aceite. ¡Oh feliz moderación! ¡Oh ingenios limpios los que nada tienen que enseñar! ¡Oh entendimientos claros los que nada tienen que aprender! ¡Oh felices aquellos, y mil veces felices, que o todo se lo saben ya, o todo se lo quieren ignorar todavía! ¡Maldito Gutenberg! ¿Qué genio maléfico te inspiró tu diabólica invención?  (...)

   Los hombres que no [saben], y los hombres que saben, todos son hombres, y lo que peor es, todos son hombres malos. Todos mienten, roban, falsean, perjuran, usurpan, matan y asesinan. Convencidos sin duda de esta importante verdad, puesto que los mismos hemos de ser, ni nos cansamos en leer, ni nos molestamos en escribir en este buen país en que vivimos.

    ¡Oh felicidad la de haber penetrado la inutilidad del aprender y del saber!
   Mira aquel librero ricachón que cerca de tu casa tienes. Llégate a él y dile:
   -¿Por qué no emprende usted alguna obra de importancia? ¿Por qué no paga bien a los literatos para que le vendan sus manuscritos?
   -¡Ay, señor! -te responderá-. Ni hay literatos, ni manuscritos, ni quien los lea: no nos traen sino folletitos y novelicas de ciento al cuarto: luego tienen una vanidad, y se dejan pedir... No, señor, no.
   -Pero ¿no se vende?
   -¿Vender? Ni un libro: ni regalados los quiere nadie; llena tengo la casa... ¡Si fueran billetes para la ópera o los toros...!
   ¿Ves pasar aquel autor escuálido de todos conocido? Dicen que es hombre de mérito. Anda y pregúntale:
   -¿Cuándo da usted a luz alguna cosita? Vamos...
   -¡Calle usted por Dios! -te responderá furioso como si blasfemases-; primero lo quemaría. No hay dos libreros hombres de bien. ¡Usureros! Mire usted: días atrás me ofrecieron una onza por la propiedad de una comedia extraordinariamente aplaudida; seiscientos reales por un Diccionario manual de    Geografía, y por un Compendio de la Historia de España, en cuatro tomos, o mil reales de una vez, o que entraríamos a partir ganancias, después de haber hecho él las suyas, se entiende!
     No, señor, no. Si es en el teatro, cincuenta duros me dieron por una comedia que me costó dos años de trabajo, y que a la empresa le produjo doscientos mil reales en menos tiempo; y creyeron hacerme mucho favor. Ya ve usted que salía por real y medio diario. ¡Oh!, y eso después de muchas intrigas para que la pasaran y representaran. Desde entonces, ¿sabe usted lo que hago? Me he ajustado con un librero para traducir del francés al castellano las novelas de Walter Scott, que se escribieron originalmente en inglés(...)Doce reales me viene a dar por pliego de imprenta, y el día que no traduzco no como. (...) ¿Qué quiere usted? En este país no hay afición a esas cosas.

     ¿Conoces a aquel señorito que gasta su caudal en tiros y carruajes, que lo mismo baila una mazurca en un sarao con su pantalón colán y su clac, (...)? Mil reales gasta al día, dos mil logra de renta; ni un solo libro tiene, ni lo compra, ni lo quiere. Pues publica tú algún folleto, alguna comedia... (...)Pregúntale:
    -¿Por qué no se suscribe a los periódicos? ¿Por qué no compra libros, ni fiados siquiera?
   -¿Qué quiere usted que haga? -te replicará-, ¿qué tengo de comprar? Aquí nadie sabe escribir; nada se escribe: todo eso es porquería.
    Como si de coro supiera cuántos libros buenos corren impresos.(...)

    Lucidos quedamos, Andrés. ¡Pobres batuecos! La mitad de las gentes no lee porque la otra mitad no escribe, y ésta no escribe porque aquélla no lee.

    Y ya ves tú que por eso a los batuecos ni nos falta salud ni buen humor, prueba evidente de que entrambas cosas ninguna falta nos hacen para ser felices. Aquí pensamos como cierta señora, que viendo llorar a una su parienta porque no podía mantener a su hijo en un colegio.
   -Calla, tonta -le decía-; mi hijo no ha estado en ningún colegio, y a Dios gracias bien gordo se cría y bien robusto.

   Y para confirmación de esto mismo, un diálogo quiero referirte que con cuatro batuecos de éstos tuve no ha mucho, en que todos vinieron a contestarme en sustancia una misma cosa,  concluyendo cada uno a su tono y como quiera:
    -Aprenda usted la lengua del país -les decía-. Coja usted la gramática.
   -La parda es la que yo necesito -me interrumpió el más desembarazado, con aire zumbón y de chulo, fruta del país-: lo mismo es decir las cosas de un modo que de otro.
   -Escriba usted la lengua con corrección.
   -¡Monadas! ¿Qué más dará escribir vino con b que con v? ¿Si pasará por eso de ser vino?
   -Cultive usted el latín.
   -Yo no he de ser cura, ni tengo de decir misa.
   -El griego.
    -¿Para qué, si nadie me lo ha de entender?
    -Dése usted a las matemáticas.
    -Ya sé sumar y restar, que es todo lo que puedo necesitar para ajustar mis cuentas.
   -Aprenda usted Física. Le enseñará a conocer los fenómenos de la Naturaleza.
   -¿Quiere usted todavía más fenómenos que los que está uno viendo todos los días?
    -Historia natural. La botánica le enseñará el conocimiento de las plantas. 
    -¿Tengo yo cara de herbolario? Las que son de comer, guisadas me las han de dar.
    -La zoología le enseñará a conocer los animales y sus...
    -¡Ay! ¡Si viera usted cuántos animales conozco ya!
    -La mineralogía le enseñará el conocimiento de los metales, de los...
     -Mientras no me enseñe dónde tengo de encontrar una mina, no hacemos nada.
    -Estudie usted la geografía.
    -Ande usted, que si el día de mañana tengo que hacer un viaje, dinero es lo que necesito, y no geografía; ya sabrá el postillón el camino, que ésa es su obligación, y dónde está el pueblo a donde voy.
    -Lenguas.
   -No estudio para intérprete: si voy al extranjero, en llevando dinero ya me entenderán, que esa es la lengua universal.
    -Humanidades, bellas letras...
   -¿Letras?, de cambio: todo lo demás es broma.
   -Siquiera un poco de retórica y poesía.
  -Sí, sí, véngame usted con coplas; ¡para retórica estoy yo! Y si por las comedias lo dice usted, yo no   las tengo de hacer: traduciditas del francés me las han de dar en el teatro.
   -La historia.
   -Demasiadas historias tengo yo en la cabeza. (...)

   Bendito sea Dios, Andrés, bendito sea Dios, que se ha servido con su alta misericordia aclararnos un poco las ideas en este particular. De estas poderosas razones trae su origen el no estudiar, del no estudiar nace el no saber, y del no saber es secuela indispensable ese hastío y ese tedio que a los libros tenemos, que tanto redunda en honra y provecho, y sobre todo en descanso de la patria. (...)

   ¡Qué de ventajas, Andrés, llevamos en esto a los demás! (...) No es aquí, en fin, profesión el escribir, ni afición el leer; ambas cosas son pasatiempo de gente vaga y mal entretenida (...)
   Sólo me limitaré a decir para concluir que no sabemos lo que tenemos con nues.tra feliz ignorancia, porque el vano deseo de saber induce a los hombres a la soberbia, que es uno de los siete pecados mortales, (,,,)

  De que podrás inferir, Andrés, cuán dañoso es el saber, y qué verdad es todo cuanto arriba te llevo dicho acerca de las ventajas que en esta como en otras cosas a los demás hombres llevamos los batuecos, y cuánto debe regocijarnos la proposición cierta de que: «En este país no se lee porque no se escribe, y no se escribe porque no se lee»;que quiere decir en conclusión que aquí ni se lee ni se escribe; y cuánto tenemos   por fin que agradecer al cielo, que por tan raro y desusado camino nos guía a nuestro bien y eterno descanso, el cual deseo para todos los habitantes de este incultísimo país de las Batuecas, en que tuvimos la dicha de nacer, donde tenemos la gloria de vivir, y en el cual tendremos la paciencia de morir. Adiós, Andrés.

Tu amigo, el Bachiller.

El Pobrecito Hablador, 11 de septiembre de 1832

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