"El dueño de la luna"

 (1920-1980)
"Cuentos largos como una sonrisa"



 En tiempos muy antiguos, la ciudad de Huma estaba dominada por el tirano Kum, de una fuerza excepcional, rico y cruel. Huma había conocido otros tiranos, pero ninguno dotado de una fantasía tan perversa. 

Una mañana, Kum mandó llamar a su Primer Consejero, un tal Men.

–¿Quién soy yo? –preguntó Kum a Men, con voz amenazadora.

–Vos sois nuestro señor y dueño.

–Bien dicho –rugió Kum–. Y si hubieras contestado de otra manera, habría mandado cortarte la cabeza. Y, ahora, dime: ¿quién es el dueño de Huma?

–Vos sois el dueño de la ciudad y de todos los ciudadanos. Hasta el último cabello que nos crece en la cabellera os pertenece.



La respuesta había puesto de buen humor al tirano, que prosiguió así:

–Escucha. Todo es mío, lo sé y todos lo saben. Pero eso no me basta. Mía es la tierra y los campesinos me pagan el arrendamiento. Míos son el hierro y el acero. Son mías las calles y la gente tiene que pagar un impuesto para poder caminar por ellas. Mía es el agua y mis fieles súbditos me la pagan en dinero contante y sonante.


Pero aún hay muchas cosas que son mías, óyelo bien, mías y de nadie más, de las cuales el pueblo dispone a su antojo, estafando a su dueño que soy yo. Mío es el aire y todo el mundo lo respira a placer. Mío es el Sol y los campesinos utilizan gratis sus rayos para hacer crecer el trigo y secar el heno. Mía es la Luna y la gente pasea por la noche a lo largo del río, bajo su luz. Esa es la verdad. Vosotros recibís la luz de la Luna. Vosotros la consumís todos los días. ¿Qué haré yo cuando La luna se haya gastado por completo?


El pobre Men ni siquiera se esforzó en imaginar lo que ocurriría en semejante caso. Pero, como no tenía nada de estúpido, comprendió adónde quería ir a parar el tirano con su discurso, y se apresuró a adelantarse.


–Amabilísimo señor –susurró–, perdonadme por tanta distracción. Debería haber pensado en ello hace mucho tiempo. ¿Por qué no establecemos un impuesto sobre el consumo de la Luna? Una pequeña tasa…

–¿Por qué pequeña? –tronó Kum.

–No quería decir pequeña, señor. ¿He dicho pequeña? Me cortaré la lengua como castigo. Una fuerte tasa, quería decir. Una moneda de plata por cada rayo.

–¡Dos! –gritó Kum–. ¡Dos monedas de plata! Y pronto. Empezaremos esta misma noche. Da inmediatamente las órdenes pertinentes.


Para cobrarlo, el Primer Consejero instituyó un cuerpo de policía especial, llamado la "Guardia de la Luna", que vestía con un uniforme todo negro, con una luna pintada sobre el pecho.


Llegó la noche y apareció la Luna. La gente caminaba con la cabeza baja para no mirarla, cosa que enrabió a los guardias.


Durante aquella primera noche, cayeron los forasteros, los viajeros de paso, que no conocían las leyes del señor Kum. Pero la voz se difundió muy pronto y las noches siguientes, incluso los forasteros, al pasear por la ciudad de Huma, bajaron la cabeza.

El señor Kum mandó llamar al Primer Consejero Men.


–¡Ordena a todos los ciudadanos que caminen con la cabeza alta! –chilló–. Todo aquel que camine con la cabeza baja pagará una multa.


Aquella noche, todos los ciudadanos de Huma salieron a la calle con gafas negras de sol. Con la cabeza alta, como había ordenado el señor Kum. Los Guardias se restregaron las manos y sacaron las libretas de los bolsillos.

–Esta vez no lo conseguiréis. Venga, dadnos las monedas de plata.

–¿Por qué?

–¿Cómo que por qué? ¿No estáis mirando la Luna? ¿Y de quién es la Luna?

–Del excelentísimo señor Kum, eso ni siquiera se pone en duda. Pero nosotros no la vemos, a causa de estas gafas negras. Y si no la vemos, no la consumimos. Por lo tanto, ¿por qué tenemos que pagar la tasa?


Los Guardias de la Luna querían comerse los dedos de rabia, pero el señor Kum todavía no había prohibido llevar gafas negras.


Tan grande fue el despecho del tirano, que enfermó y murió. En su lecho de muerte ordenó al Primer Consejero Men:

–Quiero que mi Luna sea enterrada conmigo, en mi misma tumba.

–Así se hará –prometió Men.


Pero no se hizo, ¡claro que no! La Luna aún está en el cielo. La Luna es de todos, como el aire, como el Sol, como el mar, como la calle. Todavía hay muchos señores Kum que pretenden ser los dueños de la Luna. Cuando os encontréis con uno, preguntadle de mi parte:

–¿Se encuentra bien, señor Kum?

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