Testamento de Don Quijote
(1547-1616)
El ingenioso caballero Don Quijote de la Mancha (1615)
Capítulo LXXIIII- De cómo don Quijote cayó malo y del testamento que hizo y su muerte
Capítulo LXXIIII- De cómo don Quijote cayó malo y del testamento que hizo y su muerte
Como las cosas humanas no sean eternas,
yendo siempre en declinación de sus
principios hasta llegar a su último fin,
especialmente las vidas de los hombres, y como la
de don Quijote no tuviese privilegio del cielo para
detener el curso de la suya,
llegó su fin y acabamiento cuando él menos
lo pensaba; porque o ya fuese de la melancolía
que le causaba el verse vencido o ya por
la disposición del cielo, que así lo
ordenaba, se le arraigó una calentura que le
tuvo seis días en la cama, en los cuales fue
visitado muchas veces del cura, del bachiller y del
barbero, sus amigos, sin quitársele de la
cabecera Sancho Panza, su buen escudero.
Estos, creyendo que la pesadumbre de
verse vencido y de no ver cumplido su deseo en la
libertad y desencanto de Dulcinea le tenía de
aquella suerte, por todas las vías posibles
procuraban alegrarle, diciéndole el bachiller
que se animase y levantase para comenzar
su pastoral ejercicio, para el cual tenía ya
compuesta una égloga, que mal año para
cuantas Sanazaro había compuesto, y que ya
tenía comprados de su propio dinero dos famosos
perros para guardar el ganado, el uno llamado Barcino
y el otro Butrón, que se
los había vendido un ganadero del Quintanar.
Pero no por esto dejaba don Quijote sus
tristezas.
Llamaron sus amigos al médico,
tomóle el pulso, y no le contentó mucho y
dijo que, por sí o por no, atendiese a la salud
de su alma, porque la del cuerpo corría peligro.
Oyólo don Quijote con ánimo sosegado, pero
no lo oyeron así su ama, su sobrina y su
escudero, los cuales comenzaron a llorar tiernamente,
como si ya le tuvieran muerto delante. Fue el parecer
del médico que melancolías y desabrimientos
le acababan. Rogó
don Quijote que le dejasen solo, porque quería
dormir un poco. Hiciéronlo así y
durmió de un tirón, como dicen, más de
seis horas: tanto,
que pensaron el ama y la sobrina que se había de
quedar en el sueño. Despertó al cabo del
tiempo dicho y, dando una gran voz,
dijo:
—¡Bendito sea el poderoso Dios, que tanto
bien me ha hecho! En fin, sus misericordias no tienen
límite, ni las abrevian ni impiden los pecados
de los hombres.
Estuvo atenta la sobrina a las razones
del tío y pareciéronle más concertadas
que él solía decirlas, a lo menos en
aquella enfermedad, y preguntóle:
—¿Qué es lo que vuestra
merced dice, señor? ¿Tenemos algo de nuevo?
¿Qué misericordias son estas, o qué
pecados de los hombres?
—Las misericordias
—respondió don Quijote—, sobrina,
son las que en este instante ha usado Dios conmigo, a
quien, como dije, no las impiden mis pecados. Yo
tengo juicio ya libre y claro, sin las sombras
caliginosas
de la ignorancia que sobre él me pusieron mi
amarga y continua leyenda de los detestables libros
de las caballerías. Ya
conozco sus disparates y sus embelecos, y no me pesa
sino que este desengaño ha llegado tan tarde,
que no me deja tiempo para hacer alguna recompensa
leyendo otros que sean luz del alma. Yo me
siento, sobrina, a punto de muerte: querría
hacerla de tal modo, que
diese a entender que no había sido mi vida tan
mala, que dejase renombre de loco; que, puesto que lo
he sido, no querría confirmar esta verdad en mi
muerte. Llámame, amiga, a mis buenos amigos, al
cura,
al bachiller
Sansón Carrasco y a maese Nicolás el
barbero, que quiero confesarme y hacer mi testamento.
Pero de este trabajo se escusó la
sobrina con la entrada
de los tres. Apenas los vio don Quijote, cuando
dijo:
—Dadme albricias, buenos
señores, de que ya yo no soy don Quijote de la
Mancha, sino Alonso Quijano, a quien mis costumbres
me dieron renombre de «bueno».
Ya soy enemigo de Amadís de Gaula y de toda la
infinita caterva de su linaje; ya me son odiosas
todas las historias profanas de la andante
caballería; ya conozco mi necedad y el peligro
en que me pusieron haberlas leído; ya, por
misericordia de Dios escarmentando en cabeza propia,
las abomino.
Cuando esto le oyeron decir los tres, creyeron sin
duda que alguna nueva locura le había tomado, y
Sansón le dijo:
—¿Ahora, señor don
Quijote, que tenemos nueva que está desencantada
la señora Dulcinea, sale vuestra merced con eso?
¿Y agora que estamos tan a pique de ser
pastores, para pasar cantando la vida, como unos
príncipes, quiere vuesa merced hacerse
ermitaño? Calle, por su vida, vuelva en sí
y déjese de cuentos.
—Los de hasta aquí
—replicó don Quijote—, que han sido
verdaderos en mi daño, los ha de volver mi
muerte, con ayuda del cielo, en mi provecho. Yo,
señores, siento que me voy muriendo a toda
priesa: déjense burlas aparte y tráiganme
un confesor que me confiese y un escribano que haga
mi testamento, que en tales trances como este no se
ha de burlar el hombre con el alma; y, así,
suplico que en tanto que el señor cura me
confiesa vayan por el escribano.
Miráronse unos a otros, admirados
de las razones de don Quijote, y, aunque en duda, le
quisieron creer; y una de las señales por donde
conjeturaron se moría fue el haber vuelto con
tanta facilidad de loco a cuerdo, porque
a las ya dichas razones añadió otras muchas
tan bien dichas, tan cristianas y con tanto
concierto, que del todo les vino a quitar la duda, y
a creer
que estaba cuerdo.
Hizo salir la gente el cura, y
quedóse solo con él y confesóle.
El bachiller fue por el escribano y de
allí a poco volvió con él y con Sancho
Panza; el cual Sancho, que ya sabía por nuevas
del bachiller en qué estado estaba su
señor, hallando a la ama y a la sobrina
llorosas, comenzó a hacer pucheros y a derramar
lágrimas.
Acabóse la confesión y salió el cura
diciendo:
—Verdaderamente se muere y
verdaderamente está cuerdo Alonso Quijano el
Bueno; bien podemos entrar para que haga su
testamento.
Estas nuevas dieron un terrible empujón a los
ojos preñados de ama, sobrina y de Sancho Panza,
su buen escudero, de tal manera, que los hizo
reventar las lágrimas de los ojos y mil
profundos suspiros del pecho; porque verdaderamente,
como alguna vez se ha dicho, en tanto que don Quijote
fue Alonso Quijano el Bueno a secas, y en tanto que
fue don Quijote de la Mancha, fue
siempre de apacible condición y de agradable
trato, y por esto no solo era bien querido de los de
su casa, sino de todos cuantos le conocían.
Entró el escribano con los
demás, y después de haber hecho la cabeza
del testamento y ordenado su alma don Quijote, con
todas aquellas circunstancias cristianas que se
requieren,
llegando a las mandas, dijo:
—Iten, es mi voluntad que de
ciertos dineros que Sancho Panza, a quien en mi
locura hice mi escudero, tiene, que porque ha habido
entre él y mí ciertas cuentas, y dares y
tomares, quiero
que no se le haga cargo dellos ni se le pida cuenta
alguna, sino que si sobrare alguno después de
haberse pagado de lo que le debo, el restante sea
suyo, que será bien poco, y buen provecho le
haga; y si, como estando yo loco fui parte para darle
el gobierno de la ínsula, pudiera agora, estando
cuerdo, darle el de un reino, se le diera, porque la
sencillez de su condición y fidelidad de su
trato lo merece.
Y, volviéndose a Sancho, le
dijo:
—Perdóname, amigo, de la
ocasión que te he dado de parecer loco como yo,
haciéndote caer en el error en que yo he
caído de que hubo y hay caballeros andantes en
el mundo.
—¡Ay! —respondió
Sancho llorando—. No se muera vuestra merced,
señor mío, sino tome mi consejo y viva
muchos años, porque la mayor locura que puede
hacer un hombre en esta vida es dejarse morir sin
más ni más, sin que nadie le mate ni otras
manos le acaben que las de la melancolía. Mire
no sea perezoso, sino levántese desa cama, y
vámonos al campo vestidos de pastores, como
tenemos concertado: quizá tras de alguna mata
hallaremos a la señora doña Dulcinea
desencantada, que no haya más que ver. Si es que
se muere de pesar de verse vencido, écheme a
mí la culpa, diciendo que por haber yo cinchado
mal a Rocinante le derribaron; cuanto
más que vuestra merced habrá visto en sus
libros de caballerías ser cosa ordinaria
derribarse unos caballeros a otros y el que es
vencido hoy ser vencedor mañana.
—Así es —dijo
Sansón—, y el buen Sancho Panza está
muy en la verdad destos casos.
—Señores —dijo don
Quijote—, vámonos poco a poco, pues ya en
los nidos de antaño no hay pájaros
hogaño. Yo fui
loco y ya soy cuerdo; fui don Quijote de la Mancha y
soy agora, como he dicho, Alonso Quijano el Bueno.
Pueda con vuestras mercedes mi arrepentimiento y mi
verdad volverme a la estimación que de mí
se tenía, y prosiga adelante el señor
escribano. (...)
»Iten, suplico a los dichos
señores mis albaceas que si la buena suerte les
trujere a conocer al autor que dicen que compuso una
historia que anda por ahí con el título de
Segunda parte de las hazañas de don Quijote
de la Mancha, de mi
parte le pidan, cuan encarecidamente ser pueda,
perdone la ocasión que sin yo pensarlo le di de
haber escrito tantos y tan grandes disparates como en
ella escribe, porque parto desta vida con
escrúpulo de haberle dado motivo para
escribirlos.
Cerró con esto el testamento y,
tomándole un desmayo, se tendió de largo a
largo en la cama.
Alborotáronse todos y acudieron a su remedio, y
en tres días que vivió después deste
donde hizo el testamento se desmayaba muy a menudo.
Andaba la casa alborotada,
pero, con todo, comía la sobrina, brindaba el
ama y se regocijaba Sancho Panza, que esto del
heredar algo borra o templa en el heredero la memoria
de la pena que es razón que deje el muerto.