Tratado VII: El "caso"
Anónimo
Lazarillo de Tormes (1554)
Y pensando en qué modo de vivir haría mi
asiento, por tener descanso y ganar algo para la vejez, quiso Dios
alumbrarme y ponerme en camino y manera provechosa. Y con favor que
tuve de amigos y señores, todos mis trabajos y fatigas hasta
entonces pasados fueron pagados con alcanzar lo que procuré, que fue
un oficio real, viendo que no hay nadie que medre, sino los que le
tienen.
En el cual el día de hoy vivo y resido a
servicio de Dios y de vuestra merced. Y es que tengo cargo de
pregonar los vinos que en esta ciudad se venden, y en almonedas y
cosas perdidas, acompañar los que padecen persecuciones por justicia
y declarar a voces sus delitos: pregonero, hablando en buen romance.
En el cual oficio, un día que ahorcábamos
un apañador en Toledo, y llevaba una buena soga de esparto, conocí y
caí en la cuenta de la sentencia que aquel mi ciego amo había dicho en Escalona, y me arrepentí del mal pago que le di, por lo mucho que
me enseñó, que, después de Dios, él me dio industria para llegar al
estado que ahora estoy.
Hame sucedido tan bien, y yo le he usado
tan fácilmente, que casi todas las cosas al oficio tocantes pasan
por mi mano, tanto que, en toda la ciudad, el que ha de echar vino a
vender, o algo, si Lázaro de Tormes no entiende en ello, hacen
cuenta de no sacar provecho.
En este tiempo, viendo mi habilidad y buen
vivir, teniendo noticia de mi persona el señor arcipreste de San
Salvador, mi señor, y servidor y amigo de vuestra merced, porque le
pregonaba sus vinos, procuró casarme con una criada suya. Y visto
por mí que de tal persona no podía venir sino bien y favor, acordé
de hacerlo. Y así, me casé con ella, y hasta agora no estoy
arrepentido, porque, allende de ser buena hija y diligente
servicial, tengo en mi señor arcipreste todo favor y ayuda. Y
siempre en el año le da, en veces, al pie de una carga de trigo; por
las Pascuas, su carne; y cuando el par de los bodigos, las calzas
viejas que deja. E hízonos alquilar una casilla par de la suya; los
domingos y fiestas casi todas las comíamos en su casa.
Mas malas lenguas, que nunca faltaron ni
faltarán, no nos dejan vivir, diciendo no sé qué y sí sé qué, de que
ven a mi mujer irle a hacer la cama y guisalle de comer. Y mejor les
ayude Dios, que ellos dicen la verdad, aunque en este tiempo siempre
he tenido alguna sospechuela y habido algunas malas cenas por
esperalla algunas noches hasta las laudes, y aún más, y se me ha
venido a la memoria lo que a mi amo el ciego me dijo en Escalona,
estando asido del cuerno; aunque, de verdad, siempre pienso que el
diablo me lo trae a la memoria por hazerme malcasado, y no le
aprovecha.
Porque allende de no ser ella mujer que se
pague de estas burlas, mi señor me ha prometido lo que pienso
cumplirá; que él me habló un día muy largo delante de ella y me
dijo:
-Lázaro de Tormes, quien ha de mirar a
dichos de malas lenguas nunca medrará. Digo esto, porque no me
maravillaría alguno, viendo entrar en mi casa a tu mujer y salir de
ella. Ella entra muy a tu honra y suya. Y esto te lo prometo. Por
tanto, no mires a lo que pueden decir, sino a lo que te toca, digo,
a tu provecho.
-Señor -le dije-, yo determiné de arrimarme
a los buenos. Verdad es que algunos de mis amigos me han dicho algo
de eso, y aun por más de tres veces me han certificado que, antes
que comigo casase, había parido tres veces, hablando con reverencia
de vuestra merced, porque está ella delante.
Entonces mi mujer echó juramentos sobre sí,
que yo pensé la casa se hundiera con nosotros. Y después tomóse a
llorar y a echar maldiciones sobre quien comigo la había casado, en
tal manera que quisiera ser muerto antes que se me hubiera soltado
aquella palabra de la boca. Mas yo de un cabo y mi señor de otro,
tanto le dijimos y otorgamos que cesó su llanto, con juramento que
le hice de nunca más en mi vida mentalle nada de aquello, y que yo
holgaba y había por bien de que ella entrase y saliese de noche y de
día, pues estaba bien seguro de su bondad. Y así quedamos todos tres
bien conformes.
Hasta el día de hoy nunca nadie nos oyó
sobre el caso; antes, cuando alguno siento que quiere decir algo de
ella, le atajo y le digo:
-Mirad, si sois mi amigo, no me digáis cosa
con que me pese, que no tengo por mi amigo al que me hace pesar,
mayormente si me quieren meter mal con mi mujer, que es la cosa del
mundo que yo más quiero, y la amo más que a mí, y me hace Dios con
ella mil mercedes y más bien que yo merezco. Que yo juraré sobre la
hostia consagrada que es tan buena mujer como vive dentro de las
puertas de Toledo. Quien otra cosa me dijere, yo me mataré con él.
De esta manera no me dicen nada, y yo tengo
paz en mi casa.
Esto fue el mismo año que nuestro
victorioso Emperador en esta insigne ciudad de Toledo entró y tuvo
en ella Cortes, y se hicieron grandes regocijos, como vuestra merced
habrá oído. Pues en este tiempo estaba en mi prosperidad y en la
cumbre de toda buena fortuna.