Tratado I: las sogas y los cuernos
Anónimo
Lazarillo de Tormes (1554)
Siendo que íbamos ansí por debajo de unos soportales en Escalona, adonde a la sazón estábamos en casa de un zapatero, había muchas sogas y otras cosas que de esparto se hacen, y parte dellas dieron a mi amo en la cabeza; el cual, alzando la mano, tocó en ellas, y viendo lo que era díjome:
"Anda presto, mochacho; salgamos de entre tan mal manjar, que ahoga sin
comerlo."
Yo, que bien descuidado iba de aquello, miré lo que era, y como no vi sino
sogas y cinchas, que no era cosa de comer, díjele:
"Tío, ¿por qué decís eso?"
Respondióme:
"Calla, sobrino; según las mañas que llevas, lo sabrás y verás como digo
verdad."
Y ansí pasamos adelante por el mismo portal y llegamos a un mesón, a la
puerta del cual había muchos cuernos en la pared, donde ataban los recueros
sus bestias. Y como iba tentando si era allí el mesón, adonde él rezaba cada
día por la mesonera la oración de la emparedada, asió de un cuerno, y con un
gran sospiro dijo:
"¡O mala cosa, peor que tienes la hechura! ¡De cuántos eres deseado poner tu
nombre sobre cabeza ajena y de cuán pocos tenerte ni aun oír tu nombre, por
ninguna vía!"
Como le oí lo que decía, dije:
"Tío, ¿qué es eso que decís?"
"Calla, sobrino, que algún día te dará éste, que en la mano tengo, alguna
mala comida y cena."
"No le comeré yo -dije- y no me la dará."
"Yo te digo verdad; si no, verlo has, si vives."