Tratado I: la familia
Anónimo
Lazarillo de Tormes (1554)
Pues sepa V.M. ante todas cosas que a mí llaman Lázaro de Tormes, hijo de
Tomé González y de Antona Pérez, naturales de Tejares, aldea de Salamanca.
Mi nacimiento fue dentro del río Tormes, por la cual causa tomé el
sobrenombre, y fue desta manera. Mi padre, que Dios perdone, tenía cargo de
proveer una molienda de una aceña, que está ribera de aquel río, en la cual
fue molinero más de quince años; y estando mi madre una noche en la aceña,
preñada de mí, tomóle el parto y parióme allí: de manera que con verdad
puedo decir nacido en el río. Pues siendo yo niño de ocho años, achacaron a
mi padre ciertas sangrías mal hechas en los costales de los que allí a moler
venían, por lo que fue preso, y confesó y no negó y padeció persecución por
justicia. Espero en Dios que está en la Gloria, pues el Evangelio los llama
bienaventurados. En este tiempo se hizo cierta armada contra moros, entre
los cuales fue mi padre, que a la sazón estaba desterrado por el desastre ya
dicho, con cargo de acemilero de un caballero que allá fue, y con su señor,
como leal criado, feneció su vida.
Mi viuda madre, como sin marido y sin abrigo se viese, determinó arrimarse a
los buenos por ser uno dellos, y vínose a vivir a la ciudad, y alquiló una
casilla, y metióse a guisar de comer a ciertos estudiantes, y lavaba la ropa
a ciertos mozos de caballos del Comendador de la Magdalena, de manera que
fue frecuentando las caballerizas. Ella y un hombre moreno de aquellos que
las bestias curaban, vinieron en conocimiento. Éste algunas veces se venía a
nuestra casa, y se iba a la mañana; otras veces de día llegaba a la puerta,
en achaque de comprar huevos, y entrábase en casa. Yo al principio de su
entrada, pesábame con él y habíale miedo, viendo el color y mal gesto que
tenía; mas de que vi que con su venida mejoraba el comer, fuile queriendo
bien, porque siempre traía pan, pedazos de carne, y en el invierno leños, a
que nos calentábamos. De manera que, continuando con la posada y
conversación, mi madre vino a darme un negrito muy bonito, el cual yo
brincaba y ayudaba a calentar. Y acuérdome que, estando el negro de mi padre
trebejando con el mozuelo, como el niño vía a mi madre y a mí blancos, y a
él no, huía dél con miedo para mi madre, y señalando con el dedo decía:
"¡Madre, coco!".
Respondió él riendo: "¡Hideputa!"
Yo, aunque bien mochacho, noté aquella palabra de mi hermanico, y dije entre
mí:
"¡Cuántos debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no se ven a sí
mesmos!"