La aventura de los molinos
(1547-1616)
El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha (1605)
Capítulo VIII Del buen suceso que el valeroso Don Quijote tuvo en la espantable y jamás imaginada aventura de los molinos de viento, con otros sucesos dignos de felice recordación
Capítulo VIII Del buen suceso que el valeroso Don Quijote tuvo en la espantable y jamás imaginada aventura de los molinos de viento, con otros sucesos dignos de felice recordación
En esto descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel
campo, y así como Don Quijote los vió, dijo a su escudero:
-La ventura va guiando
nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo
Sancho Panza, donde se descubren treinta o poco más desaforados gigantes con
quien pienso hacer batalla, y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos
comenzaremos a enriquecer: que esta es buena guerra, y es gran servicio de
Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.
-¿Qué gigantes?
-dijo Sancho Panza.
-Aquellos que allí ves, -respondió su amo-, de los brazos largos, que los suelen
tener algunos de casi dos leguas.
-Mire vuestra merced, -respondió Sancho-, que
aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo
que en ellos parecen brazos son las aspas, que volteadas del viento hacen andar
la piedra del molino.
-Bien parece, -respondió Don Quijote-, que no estás cursado
en esto de las aventuras; ellos son gigantes, y si tienes miedo quítate de
ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera
y desigual batalla.
Y diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante,
sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que sin
duda alguna eran molinos de viento, y no gigantes aquellos que iba a acometer.
Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero
Sancho, ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran; antes iba
diciendo en voces altas:
-Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo
caballero es el que os acomete.
Levantóse en esto un poco de viento y las grandes
aspas comenzaron a moverse, lo cual visto por Don Quijote, dijo:
-Pues aunque
mováis más brazos que los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar.
Y en diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea,
pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con
la lanza en ristre, arremetió a todo el galope de Rocinante, y embistió con
el primer molino que estaba delante; y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el
viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo
y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza
a socorrerle a todo el correr de su asno, y cuando llegó, halló que no se podía
menear, tal fue el golpe que dio con él Rocinante. -¡Válame Dios! -dijo Sancho-; ¿no
le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino
molinos de viento, y no los podía ignorar sino quien llevase otros tales en
la cabeza?
-Calla, amigo Sancho, -respondió Don Quijote-, que las cosas de la
guerra, más que otras, están sujetas a continua mudanza, cuanto más que yo
pienso, y es así verdad, que aquel sabio Frestón, que me robó el aposento y
los libros, ha vuelto estos gigantes en molinos por quitarme la gloria de su
vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas al cabo al cabo han de poder
poco sus malas artes contra la voluntad de mi espada.
-Dios lo haga como puede,
-respondió Sancho Panza. Y ayudándole a levantar, tornó a subir sobre Rocinante,
que medio despaldado estaba; y hablando en la pasada aventura, siguieron el
camino del puerto Lápice, porque allí decía Don Quijote que no era posible
dejar de hallarse muchas y diversas aventuras, por ser lugar muy pasajero;