"Los justos"
"Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire./ El que
agradece que en la tierra haya música./ El que descubre con placer una
etimología./ Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso
ajedrez./ El ceramista que premedita un color y una forma./ El tipógrafo
que compone bien esta página, que tal vez no le agrada./ Una mujer y un
hombre que leen los tercetos finales de cierto canto./ El que acaricia a
un animal dormido./ El que justifica o quiere justificar un mal que le
han hecho./ El que agradece que en la tierra haya Stevenson./ El que
prefiere que los otros tengan razón./ Esas personas, que se ignoran,
están salvando el mundo."
Este poema archiconocido de Borges, titulado Los justos,
nunca ha dejado de maravillarme y de extrañarme. De maravillarme por la
delicadeza de sus imágenes, por la simplicidad hermosa de su
enumeración. Y de extrañarme porque en esa lista de personas justas e
ignoradas abundan las que aprecian la belleza del arte (la música,
Stevenson), el trabajo bien hecho (el tipógrafo), la vida personal (el
jardín), la humildad (prefieren que los otros tengan razón), etcétera,
pero apenas se nos muestran ejemplos de bondad para con los otros, de
entrega, de ayuda, de sacrificio. Son personas que no parecen hacer el
mal, pero su forma de contribuir al bien es extremadamente sutil, una
experiencia cotidiana al alcance de muchos.
Aunque el poema también recuerda a la tradición judía de los
tzadikim, los justos. Según el Talmud, "en todo tiempo siempre hay 36
justos sobre la faz de la tierra, cuando ellos desaparezcan el mundo
acabará. No se conocen entre ellos y cuando uno de los justos muere es
inmediatamente sustituido por otro. Se los representa como
extremadamente modestos, humildes e ignorados por el resto de las
personas". Estos 36 justos también son conocidos como los Lamed Wufniks,
y el propio Borges habla de ellos en su libro sobre los seres
imaginarios, afirmando que "constituyen, sin sospecharlo, los secretos
pilares del universo".
Así que tal vez sean 36 y tal vez muchos más: todos aquellos que con
sus gestos cotidianos de gratitud hacia la vida y de benevolencia hacia
el resto de seres hacen del mundo un lugar habitable.
Ahora bien, si en lugar de justos hablamos de Justicia, y pasamos de
los ejemplos a los principios, las leyes, las instituciones y las
personas que las encarnan y las interpretan, de qué poco parecen
servirnos Borges y el Talmud. Barrunto que hasta los tzadikim
titubearían si se dedicaran profesionalmente a la administración de
Justicia y tuvieran que hacer frente a casos como la legalización o la
ilegalización de Bildu. Y es que son poderosas las razones por las que
debería ser legal, pero también lo son las razones por las que no.
Querido Borges, la duda me corroe y ahí sigue, por mucho que cultive mi
jardín y agradezca que en la tierra haya música...