"El Cid y la falsa Tizona"
Ignacio Escolar
06/01/2013
En el Museo de Burgos se expone una de las espadas más caras del
mundo: la Tizona del Cid. En el 2007, la Junta de Castilla y León pagó
por ella un millón y medio de euros en una de las decisiones políticas
más vergonzosas de la reciente historia española. No es que el precio
sea desmesurado, que lo es. No es solo que el dinero de los
contribuyentes no debería gastarse en estas cosas, que también. Es que
además la espada es falsa y tiene el mismo valor histórico que el sable
láser de Luke Skywalker o que la Excalibur del rey Arturo.
La historia de la falsa Tizona
millonaria es un buen ejemplo del tipo de ridículos que puede crear el
nacionalismo romántico en su vertiente más casposa. El origen del mito
es puramente literario: no hay evidencia alguna de que Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, tuviese una espada llamada Tizona. La primera referencia al arma aparece en el Cantar del Mío Cid,
compuesto un siglo después de la muerte del guerrero. Allí la llaman
«Tizón», y se supone que el Cid la consigue tras derrotar en Valencia al
«Rey Bucar de Marruecos» (del que no hay constancia histórica alguna)
para después entregársela a los infantes de Carrión (que tampoco
existieron) por su boda con sus hijas, doña Elvira y doña Sol (en
realidad las hijas del Cid se llamaban María y Cristina).
El Cantar,
según los historiadores, tiene muy poco de verdad. Es una bonita perla
inventada alrededor de un gramo de realidad, alrededor de un siglo de
tradición oral sobre un brillante militar cuya verdadera historia fue
apasionante, aunque muy distinta al mito. Pero incluso aceptando que
entre ese gramo de realidad del que bebe el Cantar puede estar la
Tizona, ni siquiera así la espada del millón y medio de euros pasa el
filtro. Según los peritos, se trata de una falsificación forjada en los
años de los Reyes Católicos como una espada ceremonial, no como un arma
de combate. Es posible que utilizasen fragmentos de una hoja anterior,
del siglo XI, pero casi con total seguridad, dicen los expertos, se
trata de una falsificación del siglo XV.
Pese a los informes periciales, José María Aznar
-un político tan fan del Cid que llegó a disfrazarse de este caballero
para un posado en la prensa- dio por buena la Tizona y la declaró en el
2002 «bien de interés cultural» con un real decreto. Y contra el
criterio de los expertos, la Junta pagó a su propietario, el marqués de
Falces, un millón y medio de euros. Esta semana, una sentencia ha
condenado al marqués a entregar la mitad de ese dinero a los herederos
de su tío, el anterior marqués, que entregó todas sus propiedades al
morir a un matrimonio asturiano que cuidaba de él. Que la mitad del
botín de la Tizona acabe en manos plebeyas tiene, al menos, algo de
justicia histórica.