Así vivió Jujú en el "Ulises"
(1926-2014)
El polizón del Ulises (1965)
Jujú no tenía amigos. Quizá los
hubiera tenido de acudir a la escuela, pero distaba tres
kilómetros largos de la casa, y en invierno -que es la época
precisamente de acudir a la escuela-, el camino solía aparecer
cubierto de nieve, y el viento soplaba muy fuerte.La señorita Etel
había decidido,como ya sabemos, insruirle ella misma.En vista de
ello, Jujú adquirió sus propios amigos. Y éstos
eran:
Contramaestre
Almirante Plum
Señorita Florentina
Contramaestre alcanzó este grado tras
muchos esfuerzos y heroicos servicios bajo el mando de Jujú que,
naturalemente, era el Capitán. Contramaestre era un perrito negro,
pequeño, sin raza, pero tan simpático e inteligente como se pueda
imaginar, y aún más. Solo con una mirada Jujú le hacía entender
sus deseos, y nunca humo amigo más leal, fiel, cariñoso y noble.
Era, en realidad, el bazo derecho de Jujú.
El Almirante Plum era un hermoso y
arrogante gallo. Aunque altanero, orgulloso y estúpido, servía para
esas ocasiones en que se necesitaba alguien a quien dar cuenta de
hechos heroicos. Entonces, Almirante Plum se esponjaba, sus ojos
relucían coléricos, y hacía bien su papel
La Señorita Florentina, en realidad,
pertenecía a tía Leo. Un día, siendo apenas un polluelo
de perdiz, tía Manu la cazó viva. Tía Leo la amaestró, pero ella
perfería a Jujú, al que adoraba y seguía con ojos enternecidos por
todas partes Jujú acabó admitiéndola en la tripulación, y la
consideró su mascota. Ella era algo aturdida, pero buena, dócil y
humilde.
Había, pues, muchas cosas bonitas y
buenas en la vida de Jujú. La libertad de andar por el bosque, de
bajar al verde y misterioso río, más allá del prado;la de leer
todos los libros que se apilaban en el desván, y que pertenecieron
al abuelo de las tres señoritas. Todos los que no trataban de la
Historia del Gran Imperio Romano no interesaban a tía Etel, y por
ello había un cofre lleno de libros de viajes, mapas, cartas
marítimas, brújulas, etc. en el desván. Pues el grande y secreto
deseo del Gran Bisabuelo fue ser marino, aunque nunca conoció el
mar. Jujú leía todos estos libros, soñaba sobre aquellos mapas y
cartas marinas, y sentía el mismo deseo de conocer el mar.
A la hora de la siesta, cuando la casa
entera dormía y sólo se oía alla afuera el chasquido de las
cigarras bajo el sol, Jujú se refugiaba en el desván para leer y
leer. Al desván no subía nunca nadie, excepto Jujú. Para trepar a
él se debía ascender por una rústica y estrecha escalerilla de
mano, y nadie en la casa sentía deseos de hacerlo, excepto él y su
tripulación. Porque, naturalmente, Jujú tenía un velero.
El desván era su reino, su mundo, y
allí organizó Jujú su otra vida. Los domingos y días de fiesta, y
gran parte de sus horas libres, los pasaba Jujú allá arriba. De
este modo el altillo del desván tomó poco a poco el aire de un
pintoresco y bellísimo navío. Con cajones y una vieja estantería,
Jujú fabricó las literas. Una vieja rueda, hallada en un cobertizo,
que perteneció, en tiempos, a la tartana del Abuelo, sirvió a Jujú
como timón. Al fin, con largos juncos arrancados de las orillas del
río y unas viejas lonas, tras muchos esfuerzos y fracasos, un día
izó la vela sobre el tejado, sacándola por el vantanuco. Fue un día
triunfal, y soplaba una suave brisa que golpeaba tibiamiente la lona
y le llenaba de gloria.
Días más tarde un fuerte viento la
rasgó de arriba abajo, y Jujú lloró amargas lágrimas, escondido
en el huerto. Pero era una niño de gran tesón y fabricó otra,
mejor y más fuerte. Desde entonces, tuvo la precaución de arriar su
vela todas las trades. Colocó sobre su mesa de capitán un farol,
cartas marinas, la brújula y el viejo catalejo. Arrimó us mesa
justamente bajo el ventanuco del tejado, y, desde allí, dominaba
toda la finca. Las montañas lejanas y azules y la gran tierra llana,
que se perdía en el horizonte, más allá del río. Reunió allá
arriba los objetos más preciosos. Los libros y el cofre del Gran
Bisabuelo, dos baúles llenos de extraños y variados objetos (dos
sables mohosos, un machete de Filipinas, gemelos de teatro, bolas de
cristal, un fanal con un diminuto barco encerrado, dos jaulas, un
diccionario). También encontró, aunque un poco viejos, dos hermosos
almohadones de la India, un candil, un viejo colt roto y maravilloso
sillón dorado y azul, relegado al desván porque le faltaba una
pata. Pero este defecto fue rápidamente solucionado por Jujú,
apoyándolo por aquel lado sobre un cajón. Este fue el Sillón del
Capitán que tanto anhelaba, frente a la ventana, junto al catalejo,
para dominar el gran mar imaginario. Como tampoco había que vivir
desprevenido, Jujú fue haciendo acopio de víveres, y así, tenía
allí una despensa provista de chocolate, galletas, dos tarros de
confitura, extraidos de las provisiones de la tía Leo, y un extraño
licor de frambuesas, también fabricado por tía Leo, que hacía
cosquillas en los ojos cuando se bebía y daba alegría al corazón.
En una caja encontró un par de pipas
labradas, hermosísimas, aunque rotas. Pero él las arregló, y
apasaron a formar parte del botín.. Por último, Jujú bautizó su
velero, que, tras muchas vacilaciones, se llamó “Ulises”.